Una primera impresión

<p>Una primera impresión</p>

Hamlet Hermann
Para lo único que no existe una segunda oportunidad es para crear una primera impresión. La aparición inicial de alguien en un ambiente social o la reacción primaria ante una situación de importancia son determinantes para su imagen futura.

Cada quien va a recordar a su manera a aquel político recién electo que hizo su entrada al augusto recinto del Congreso sin darse cuenta de que tenía la bragueta abierta. No importa lo que haga en lo adelante, su vital exposición se habrá fijado de forma indeleble para que, en el futuro, sea calificado por esto entre los que se enteraron del hecho. Algo semejante influirá cuando se recuerde a aquella pomposa señora que, por no ponerse los espejuelos en público, tropezó en los escalones y quedó tendida en el suelo hasta quedar adornada por un coro de carcajadas. Las emboscadas que nos tiende la siempre selectiva memoria son crueles cuando nos la queremos lucir en esas primeras presentaciones.

Una impresión inicial desagradable es lo que ha hecho que, en lo adelante, necesite mucho esfuerzo para poder confiar en la flamante Junta Central Electoral que nos han impuesto los partidos políticos como panacea a la incredulidad existente. La mayoría de los integrantes de ese tribunal se han mostrado como firmes y decididos evasores de los impuestos que todos los dominicanos debíamos pagar. Más que hartos estamos del debate sobre el tema del fraude a la ley que cometieron y siguen cometiendo los jueces electorales con los voluminosos incentivos creados para beneficio propio. Pocos podrían convencerme de que en situaciones difíciles esos jueces pudieran no priorizar sus marcados intereses por los bienes materiales. Excepción sea hecha por la digna actitud de tres de ellos. Evidentemente que los descomunales incentivos al salario de esos magistrados son una ofensa a la miseria del pueblo dominicano y una identificación plena con posibilidades futuras que pudieran afectar la toma de decisiones de ese grupo.

¿Qué es un servidor público? La palabra servidor lleva implícita la condición de humildad. Ese funcionario debería estar siempre listo para servir a los demás. Y si el servicio que se ofrece tiene que ver con el Estado, el compromiso se extiende a la sociedad en su conjunto y el respeto a las leyes que la rigen. Pero en el caso de la JCE acabamos de comprobar que la mayoría de los magistrados ha puesto los beneficios materiales por encima del servicio público. Crece entonces la sospecha de que cuando les toque tomar una decisión importante, los interesados en ser favorecidos con sus decisiones podrían hacer ofertas cuantiosas. Y se corre entonces el riesgo de que sean tomadas en consideración. Es pura especulación, es cierto, pero con un botón de muestra basta para conocer los 144 botones que componen la gruesa. Para lo único que no hay una segunda oportunidad es para crear una primera impresión. Y, hay gente que, sin darse cuenta, pierde la oportunidad de crear una reputación de credibilidad, una de las mercancías más escasas en el mundo político de República Dominicana.

El peligro que corre la democracia dominicana es enorme porque los Partidos, todos sin excepción, han demostrado que no tienen una línea política establecida ni cuentan con una ideología que los oriente. El desacreditado pragmatismo los une al tiempo que los separa. Ellos han establecido una bolsa de valores en la que se cotizan los precios a las conciencias en función de la coyuntura política predominante en el momento. El vilipendiado dirigente reformista de ayer puede pasar a ser, repentinamente, Secretario de Estado. El aliado vital del vuelve y vuelve puede ser súbitamente enviado a los tribunales al tiempo que se podría exonerar del sometimiento a otros más complicados que éste en la misma trama. Mientras, el tribunal de más alta jerarquía desestima las condenas contra los que violentaron descaradamente las leyes y la ética, de manera que puedan seguir «negociando» y dejando de importunar al proyecto faraónico. La bolsa de valores de los políticos fluctúa de forma manipulada, igual que los precios de los derivados del petróleo cada semana. De ahí que la desconfianza se mantenga ya que nos basamos en las primeras impresiones que hemos recibido en las actuaciones de cada uno de ellos.

Y por todo eso debemos reconocer con admiración la transparencia y autenticidad de las actuaciones de la magistrada Aura Celeste Fernández. Y contentos de ver como los magistrados Julio Castaños y Mariano Rodríguez interpretaron ese ejemplo para demostrar que, aunque son menos en cantidad, constituyen la mayoría de la dignidad. Para que los recordemos de manera diferente a los demás.

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