Una prisión societaria

Una prisión societaria

FEDERICO HENRÍQUEZ GRATEREAUX
Hace muchos años asistí a la proyección de una película cuya acción tenía lugar en un presidio. Los reclusos cantaban al anochecer una canción lentísima y monótona que decía: «tristes van las horas / en su lento andar;/ tristes van los días / en su transcurrir»./ Para un preso el panorama siempre es el mismo: la celda, los pasillos, las rejas, las paredes pardas que lo aíslan del mundo exterior. Sus carceleros son hombres visibles, tan hombres como ellos, los presos; pero en vez de ser próximos – prójimos – son distantes, ajenos, otros, indiferentes e inaccesibles. Se dice que los presos sueñan con espacios abiertos donde gozan de infinitas posibilidades de acción y movimiento. Mientras duermen imaginan que son libres.

Pero la libertad del hombre no es como la de los pájaros; no es solo libertad de tránsito; es también libertad para proyectar nuestras vidas, para intentar realizar una vocación, edificar una empresa, dar forma a nuestras ambiciones, grandes o chicas. Cada día que pasa los hombres de hoy disponemos de más medios para llevar a cabo nuestros proyectos, planes de trabajo o simples caprichos. Para llevarlos a realización tenemos a nuestro alcance instrumentos de todas clases: teléfonos celulares, vehículos rapidísimos de transporte terrestre o aéreo. Los periódicos, la radio, el televisor, nos hacen creer que participamos, efectiva y dinámicamente, en los sucesos que ocurren en el mundo entero. El «horizonte de posibilidades» se ha ampliado muchísimo para los ciudadanos comunes de nuestra época.

Podemos escuchar mas música de Mozart de la que pudo escuchar en su vida el propio Mozart, quien la compuso. Se ha dicho y repetido que desde hace décadas la gente puede hablar por teléfono al mismo tiempo que escucha música y viaja a Nueva York. Los sociólogos le han puesto nombre a esta situación vital; según esos profesionales se ha producido una «densificación de la experiencia humana». Sin duda, es así. Hoy es posible viajar, comer, leer, oír música, hablar con amigos – todo a la vez -, mientras hacemos un negocio a través de una laptop.

Estas son ventajas de la época actual. Si comparamos nuestra situación con la de nuestros padres y abuelos, nos parece haber alcanzado una cima a la que ellos no tenían oportunidad de llegar. En realidad, disponemos de más medios, de mayor cantidad de instrumentos o herramientas, para aplicarlos a esto o aquello. Y ahí esta el problema. En este punto es menester que entren los filósofos y salgan los sociólogos. Contamos con muchos medios… sin haber programado suficientemente los fines que con tales medios pudiéramos lograr. En algún momento de su vida el celebre físico Albert Einstein planteo esta cuestión esencial. La época que nos ha tocado vivir es un tiempo lleno de contrasentidos y paradojas. Es como si viviéramos dentro de un bazar árabe y no supiésemos como utilizar tantos objetos útiles. No acertamos con el uso apropiado de mil herramientas maravillosas. Nos sobran los medios y nos faltan las finalidades concretas.

El espectáculo pornográfico montado en la calle por tres muchachas jóvenes, a lomo de automóvil, fue filmado desde un aparato de telefonía celular. Es este un caso de altísima técnica, aplicada a una bochornosa puesta en escena. La libertad se ejerce aquí para fines que podrían calificarse como «despilfarro de la intimidad», desperdicio de energía vital y de recursos económicos. Las grandes multitudes han beneficiado de los instrumentos técnicos creados por la ciencia; disponen de ellos gracias a la organización económica que los produce en serie. Son «usufructuarios» y dueños de unos ingenios electrónicos que usan sin comprender, sin preguntarse como las sociedades modernas podrían seguir produciéndolos y perfeccionándolos.

Las horas lentas y tristes de los reclusos en las prisiones, deberían convertirse en ligerísima sucesión de alegrías para aquellos que disfrutan de la libertad. Sin embargo, esa libertad solo tiene cumplimiento y desarrollo en los ámbitos del tiempo y del espacio; y estas categorías no existen con independencia de las personas. Las gentes pueblan el tiempo y el espacio – tu tiempo y tu espacio -. Por supuesto, limitando tus libertades, dificultando tus proyectos de vida. Las horas que pudieran ser de gozo, expansión y crecimiento interior, se tornan frustrantes vacíos de existencias suspendidas. Así como los jueces de los tribunales hablan de reclusión domiciliaria, es lícito formular una modalidad nueva: «prisión societaria». Viendo como surgen en nuestra comunidad las bandas de forajidos que llaman «Las Naciones», o la pandilla del barrio de Gualey conocida con el nombre de «Los doce discípulos», dan ganas de cantar el lamento de los presos: «tristes van los días,/ en su transcurrir». Estamos rodeados por delincuentes, por «carceleros» sueltos que – paradójicamente – nos impiden ejercer las libertades publicas y los derechos humanos.

henriquezcaolo@hotmail.com  

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