Una propuesta apresurada

Una propuesta apresurada

LEANDRO GUZMÁN
Las voces trujillistas continúan con sus mensajes subliminales a través de sus artículos periodísticos, aprovechándose de una libertad de prensa en la que nunca creyeron, pero que ahora disfrutan a plenitud. Ese es su derecho, aunque lo que no debemos es aceptar sus propuestas, en vano intento por reeditar un oprobioso pasado.

Uno de los representantes de esas voces aboga por la designación de una importante avenida de la capital con el nombre del tirano Trujillo, tal como sugirió para San Cristóbal un delegado de la Secretaría de Estado de Cultura, cuyo titular afortunadamente le paró el coche, destituyéndolo. Un tercero novela la historia para darnos a conocer a un Trujillo “valiente”, “macho de hombre”, como para justificar sus atrocidades y violaciones. Un cuarto, analista de temas históricos y literarios, bajo el supuesto de una “reconciliación” que no menciona, analiza el decreto número 116-89, del 26 de marzo del 1989, mediante el cual el entonces Presidente de la República, Joaquín Balaguer, dispuso el traslado al Panteón Nacional de los restos mortales de varios ciudadanos, cuya conducta, conforme al texto de uno de su Considerandos, se les citaba como dignos de ese reconocimiento histórico. Entre los beneficiarios de la decisión presidencial, figuraron los ex jefes de Estado, generales Ramón Cáceres y Horacio Vázquez Lajara.

La voz que saca a relucir ese decreto dice que Balaguer, “sintiendo una incontrolable repugnancia”, dispuso el traslado de los restos mortales del general Pedro Santana, para colocarlos junto a los de María Trinidad Sánchez, —a quien había ordenado fusilar— y los del general Antonio Duvergé, “El Centinela de la Frontera”, y los de los hermanos Joaquín y Gabino Puello. El caramelito envenenado de ese articulista es su propuesta para que el decreto 116-89 sea ampliado, para que en el mismo se consignen las figuras de nuestra historia contemporánea, como por ejemplo de los doctores José Francisco Peña Gómez, Joaquín Balaguer y el profesor Juan Bosch. El argumento es que esas tres figuras deben ser consideradas como merecedoras de compartir bajo las bóvedas del Panteón Nacional, el reconocimiento de los dominicanos, al considerarlos como los padres de la restauración democrática, iniciada a partir del 30 de mayo de 1961.

Hay que decir que cada uno de esos fallecidos dirigentes tuvo sus méritos, pues no en balde fueron líderes de multitudes. Peña Gómez, el dirigente político dominicano más popular del pasado siglo, como quiera pasará a la Historia, igual que Bosch, un maestro de la política, a quien todo el mundo reconoce su honradez a toda prueba y su lucha por el futuro democrático de la Nación. Balaguer, quien a pesar de que en sus últimos gobiernos desató un poco la soga antidemocrática a la que trató de acostumbrarnos, no logró-salvo por un documento del Congreso-ser realmente el padre de la democracia dominicana, como lo propuso Peña Gómez y fue aceptado.

Consideramos que éste no es el momento para llevar al Panteón Nacional a esos reconocidos líderes, pues como dijo el maestro Américo Lugo los acontecimientos no constituyen carácter de Historia sino hasta que son materia muerta. En todo, el traslado de figuras importantes al Panteón Nacional debe ser autorizado por una comisión de notables historiadores, seleccionados por el Congreso, a fin de evitar la intervención presidencial, que no debe tener la facultad exclusiva para determinar quién debe o no figurar entre aquellos que deben ser considerados como patrimonio nacional, no de un sector político determinado.

¿Es suficiente mérito llevar al Panteón Nacional a todos aquellos que lucharon por la democracia? Si así fuera, habría que construir un Panteón Nacional más grande que la Catedral Primada de América, para alojarlos a todos.

Las hermanas Patria, Minerva y María Teresa Mirabal, así como los patriotas que murieron en la expedición del 14 de Junio de 1959, figuran en una extensión del Panteón, no propiamente en esa bóveda, donde habría sido repugnante juntarlas con una figura como Santana, fusilador de mujeres. La familia Mirabal tomó una sabia decisión al oponerse al traslado de sus restos para llevarlos al Panteón Nacional. Hay que preguntarse, además, si los familiares de Bosch, Peña Gómez y Balaguer aceptarían un traslado semejante. Estamos seguros que los veganos se opondrían a una idea tan descabellada en el caso de Bosch, su hijo ilustre y predilecto. Eso mismo puede decirse de Peña Gómez, cuya tumba en el Cementerio Cristo Redentor es el escenario por excelencia para las reuniones políticas de sus seguidores, cada vez que cumple año de fallecido, sin volver a recordarlo durante el resto del año.

En el caso de Balaguer, la visita de sus seguidores a su tumba es más discreta, pero aún así no deja de ser un espacio para que los políticos que le siguen saquen provecho de su muerte, sea con motivo de su nacimiento o por cualquier otra razón que consideran valedera. Sugerencia como la comentada no es más que una cortina de humo, a ver si aparecen voces que la secunden, algo que dudamos. En todo caso, no pasa de ser una propuesta apresurada.

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