Una propuesta de tanque

Una propuesta de tanque

POR  DOMINGO ABRÉU COLLADO 
Podría ser una propuesta para todas las obras, y creo que debe serlo, porque ya ha sido suficiente el haber seguido gobierno tras gobierno con el mismo estilo establecido por Balaguer de utilizar cada obra como una valla de campaña eterna.

La propuesta es como sigue para todas las obras que construya el Estado. Cada obra debería presentar en su sitio más visible las siguientes informaciones, y tomando el ejemplo de este tanque de acueducto debería ser:

Obra del Estado Dominicano. Identificación de la obra y objetivo. Año de construida y vida útil. Período de verificación de su funcionamiento y mantenimiento. Capacidad en galones de agua y si el agua es potable (tratada) o no para consumo humano. Responsable de la construcción.

Esa debería ser toda la información que lleve cada obra del Estado, y creo que debería ser por ley, evitando así que cada obra –que es obligatoria de cada gobierno– sea utilizada como artículo de campaña. Incluso, la misma información debería ser repintada cada año, como parte del mantenimiento de la obra.

¿Y todo esto por qué? Pues porque las obras son del Estado. Los gobiernos simplemente están obligados a construirlas, aplicando los fondos del Estado y ajustándose a lo establecido por la Constitución de la República.

Joaquín Balaguer acostumbró al pueblo dominicano a pensar que quien hacía las obras era él, no el Estado. Estuvo aplicando aquella máxima del rey francés Luis XIV de “El Estado soy yo”, simplemente porque Balaguer reinaba, no gobernaba. Y esa mala maña la heredaron todos los gobernantes y gobiernos siguientes, porque simplemente les servía para campañas reeleccionistas: vallas de campaña sempiternas. Incluso han llegado a la desfachatez de cambiarle los textos a obras de gobiernos anteriores, adjudicándoselas al de turno.

Como decíamos. Debe quedar bien claro en la información que la obra es del Estado, ni privada ni de un gobierno determinado, eso lo averigua el que lee viendo la fecha de construcción. Se identifica la obra y para qué ha sido construida específicamente, de manera que no pueda ser utilizada con otros propósitos. Como toda obra tiene una vida útil determinada, éstas deben indicarlo, de manera que la población o los gobiernos locales de turno estén alertados para cuando una obra ya no da para más. Y esto, porque también pasa que alguna empresa constructora puede ocurrírsele –como ha estado pasando desde Balaguer– que determinada obra ya hay que “remodelarla” o “reconstruirla”, simplemente con el propósito de obtener una de esas famosas “contratas”.

Deben informar con qué periodicidad debe ser verificado el funcionamiento de la obra y su mantenimiento. Debe saberse la seguridad de su utilización: si es agua potable o no; si es un edificio solo para familias o se permiten negocios; si es una carretera solamente para vehículos livianos o ser permiten pesados; y así por el estilo.

Y, finalmente, la identificación de los constructores, para saber luego a quién hay que pedirle cuentas si la obra no funciona como debe, si se destruye antes de tiempo, si no cumple con su cometido; o también, si su construcción sirve de aval, de garantía,  para que a esos mismos constructores se les encarguen otras obras.

Creo que va siendo hora ya de que nos comportemos como adultos serios, y no cogiendo de pendejos a los ciudadanos que con tanta religiosidad van y votan esperando por mejor vida.

Enrriquecida con vómito y larvas de moscas

Aunque no se le ve anuncio alguno –como ocurre con otros alimentos más promocionados– la carne que cuelga de esos cordeles está enrriquecida para su consumo.

No hablamos de vitaminas y minerales, ni de niacina, rivoflavina, tiamina, hierro u otros “condimentos” que se dice por ahí que le ponen a los alimentos “balanceados” y que no tienen ni un carajo de lo que se publicita tener. Hablamos de aquellos elementos que le añaden las moscas, esas –como dijo el poeta Antonio Machado y canta Serrat– “las familiares, inevitables golosas”, que están en todas partes aunque no las llamen, permanentemente llevando consigo sus “instrumentos de trabajo” para dejar sobre cada pan, arepa, yaniqueque o carne donde se posen, una interesante carga para dicho enrriquecimiento.

Las moscas no tienen boca. Poseen una trompa, un probóscide para chupar, como un calimete natural que nace con ellas, no tienen que comprarlo. Entonces ocurre que, para comer carne, en vez de arrancar un pedazo y masticarlo, hacen una batida para sorberla con su calimete natural. ¿Y cómo hacen la batida? Pues simplemente sueltan un ácido que producen ellas mismas, un ácido que disuelve (en este caso) la carne, la vuelve líquida, y entonces la chupan por su calimete. De paso, las moscas depositan huevos sobre la carne que rápidamente se convierten en larvas que se alimentan también de la “batida” que les hizo su mamá. Cuando hablo de larvas hablo de gusanitos, vivarachos y simpáticos que en principio no se ven y que parecen gusanos bolos cuando crecen.

Pues ácidos de moscas, huevos, larvas y gusanos es lo que come la gente que compra estas carnes expuestas al polvo, las moscas, la saliva de quien pregunta por su precio sin ir  a comprarla y los bacilos (entre ellos el de la tuberculosis) que  levanta el viento de la carretera para depositarla en carnosa superficie. ¡Buen provecho! 

Navajeada como un cuero 

Una de las características de las “mujeres libres”, calificativo como se conocía antes a las prostitutas –también llamadas despectivamente “cueros”– era la de llevar los brazos, el torso o la cara surcada de cicatrices, las que podían tener distintas causas.

La causa más repetida eran los accesos de celos, lo que llevaba a una prostituta a armarse de una navaja de barbero (de esas famosas “Solingen”) y sorprender borracha a otra prostituta y entrarle a navajazos por haber estado con su “amado”, una forma eufemística de “chulo”.

Otra causa era la “competencia”, como cuando una prostituta lograba quitarle un cliente a otra a base de “ojo bonito” y de “moverle la paila pa’llá y pa’cá”. O por una simple (luego supimos que no eran tan simples) depresión de esas que llevaban a muchas de ellas a desafiar la muerte a navajazos solamente por buscar morir, pero morir “heroicamente”.

Muchos duelos a navajazos fueron impedidos cuando eran desenvainadas las (ahora) enormes navajas Solingen, “problema” que se resolvió cuando se inventaron las navajitas “Gillette”, muy fácil de disimular y tremendamente eficaces. En adelante, todo “cuero” respetable andaba con su “Gillette” debidamente instalada en el seno.

Sin embargo, no todas las mujeres navajeadas eran prostitutas. Muchas de éstas navajeaban mujeres casadas porque las primeras se enamoraban de sus maridos. O también, muchos “cueros” se navajeaban a sí mismas en arranques pasionales, depresiones o meras exhibiciones de “valor”, y no necesariamente borrachas.

La carretera que aquí vemos no es ningún “cuero”, pero aparece navajeada, porque el “chulo” autor de la agresión parece ignorar que hay otros métodos para evitar los patinazos cuando está mojada la pista. 

“No entre” (después que está dentro) 

Tiene que haberles pasado a ustedes, ahí, en la carretera Romana-Macorís, y en muchos otros sitios más.

Se trata de las señales que están colocadas luego de lo aconsejable, después de donde manda la lógica.

Como esta que se ve en la foto. Cuando el cerebro viene a entender qué es lo que le dice la señal: que no entre, es porque ya está dentro hace rato, expuesto el conductor (o conductora) a recibir el vejigazo de su vida y probablemente de su muerte.

Lo aconsejable sería que, quinientos metros antes, y doscientos metros antes, haya una advertencia de que se acerca una situación delicada, una vía contraria que hay que desechar tomando la vía correcta, algo como: “Despacio, se acerca a vía contraria”.

Porque ocurre, que en esa carretera hay otros avisos de desvío que fueron utilizados durante su construcción (que no ha terminado) y que la gente interpreta a su manera. Y lo ideal sería no dejar esas cosas a la libre interpretación de la gente, sino que la información debe ser clara e inconfundible, principalmente en carreteras de tanto tránsito como esa Macorís-Romana.

En la ciudad, conduciendo a 35 ó 60 kilómetros por hora, o dentro de perímetros muy controlados (como la Ciudad Colonial o el Polígono Central, por ejemplo) es fácil ver las señales, tanto por la velocidad obligada como por la luz, si es de noche.

Pero, dígame usted, esa señalecita de la foto, a 100 kilómetros y de noche… ¿quién la ve? ¿Y si el que viene de frente está contando con que usted va a girar a tiempo?… por una señal a destiempo se va gente también a destiempo. Pero nada, yo de señalizaciones no sé. A los técnicos se lo dejo.

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