No son meras y aisladas riñas de muchachos en recreos las que ocurren en planteles del país según un estudio aplicado al clima de hostilidades que prevalece «desde la niñez hasta la adolescencia» en centros de enseñanza. Al asomarse a las aulas, pasillos y entornos frecuentados por escolares dominicanos, cientistas sociales encontraron, además de cruces de puñetazos, acosos físicos y verbales, desórdenes que interrumpían horas de clase e intercambios de insultos y amenazas que dejaban escuchar encendidas conversiones de banalidades y chismes entre los matriculados. La principal recomendación anexa a las comprobaciones suscrita por el Banco Mundial es tomar acciones desde el nivel primario para reducir una violencia que, más allá del diagnóstico, refleja probablemente una ferocidad adquirida desde aprendizajes anteriores al ingreso al sistema escolar. Alumnos que proceden de donde falta autoridad paterna o sobran convulsionantes las acciones de fuerza entre progenitores que ejemplifican de muy malas maneras.
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La crisis e infuncionalidades de muchas familias estarían en la génesis de un auge de la indisciplina que recorre a un número de escuelas, mayoritario o minoritario, no importa. Su porción de daños a la sociedad es preocupante desde todo punto de vista. La evaluación Pisa, frecuentemente tomada en cuenta, indica también que la violencia en la escolaridad dominicana avanza a un ritmo mayor que en otras naciones y el acoso en recintos privados supera al de los públicos.