Una realidad muy degradada

Una realidad muy degradada

Alain Touraine, ese intelectual francés itinerante, empecinado en auscultar el presente histórico, ha pronosticado “El fin de las sociedades”, entendido en el sentido en que la han concebido todas las construcciones históricas del pasado. Touraine ve el deterioro de las categorías del capitalismo industrial (habla del Estado, la Nación, el nicho familiar, la democracia, etc.) como una resultante del desplazamiento por parte del capitalismo financiero, y juzga inevitable que el orden social encuentre otras categorías que permitan la convivencia.

Según Touraine, estas categorías ya no son funcionales, porque la expansión del capitalismo financiero es tan sobredeterminante en las sociedades contemporáneas, que ya no nos ayudan a entender el mundo, y se hace impostergable otro tipo de instrumental que nos permita pensar las prácticas sociales. Es sólo en apariencia que vivimos bajo los códigos de la sociedad del capitalismo industrial, porque quien gobierna el mundo, en realidad, es el capitalismo financiero. Touraine no descubre nada que no esté ante los ojos de cualquier habitante de la tierra, pero lo que deriva de ello es lo novedoso y arriesgado: estamos ante “El fin de las sociedades”, y casi sin remedio, hay que oponer un paradigma diferente al orden actual.

Ese pensamiento angustioso que pronostica un fin se refugia, en cierto modo, en la superación del discurso que desplegó la modernidad a partir de la Revolución francesa, y retorna al individuo. Si en el plano de los derechos la Revolución francesa reivindicó al colectivo, lo que Touraine intuye es la preponderancia del sujeto individual: “Antes, lo social se fundaba en la idea de la relación con el otro , hoy hay que reconocer la prioridad de la relación con uno mismo”- dice. Y ataca con la necesidad de que el individuo recupere su papel de actor social, a través de la reclamación de sus derechos, desplegando una especie de “revolución ética” que le permita recrear los lazos sociales que el capitalismo financiero volatilizó. Entonces Alain Touraine sitúa la justa disyuntiva del mundo actual, (y es esto lo que nos concierne a los dominicanos) estableciendo la contraposición entre la ética y la política, y restituyéndole al individuo su condición de actor social.

Tal vez si los dominicanos nos aplicáramos un poco de las teorías de Alain Touraine, pudiéramos entender el momento crucial por el que atravesamos. Tal y como dice el pensador francés: “El carácter noble de la acción política puede renacer sólo de la ética”, y lo verdadero, lo irrefutable, es que la práctica política dominicana constituye una realidad muy degradada. Nuestro gran problema es ético. La verdadera revolución dominicana de estos tiempos es ética. El sentido del desarrollo es ético. Y estos planteamientos de carácter ético no son elucubraciones abstractas, ni dibujan el carácter mojigato de un discurso aburrido de un profesor de secundaria, sino que están inscritas en las fallas institucionales, en la legitimación de la corrupción, en el desmadre del Congreso, en los grupos políticos enriquecidos de manera brutal, en la ideología patrimonialista del Estado que juzga natural el robo de lo público, en el rentismo que invierte y saca con pingües diferencias, en el testaferrato, en la deformación institucional, en los ventorrillos políticos que adornan la piñata del Estado, en el manto de la impunidad, en el travesaño del nepotismo, en la guaricandilla del Senador, en el pechito abierto y la cadena del alguacil, en el “lengua de mime” del chulo trasnochado, en el fantoche que tira un paso de baile en el “peje que fuma”, y un largo etcétera.

Y si “el carácter noble de la acción política puede renacer sólo de la ética”, es claro que, en nuestro caso, el reto es directo. No se trata de una política de los intereses, de lo sagrado. No es un discurso moralista lo que esgrimimos. Nuestra realidad es una realidad muy degradada, porque la política se ha convertido en el olimpo de la falta de ética. Y porque ya no hay actores sociales que se conmuevan de ese lastre sobre los hombros del país. El “Fin de las sociedades” se acerca, y nosotros como si nada.

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