Una reflexión por el sacrificio de Jesús

Una reflexión por el sacrificio de Jesús

Los Primeros Padres de la Iglesia ajustaron el sacrificio de Jesús en la cruz al movimiento lunar. De ahí la decisión de hacerlo coincidir con la primera luna llena después del inicio de la Primavera el 21 de marzo. Por eso es la gran movilidad de la fecha en el calendario que va desde finales de marzo hasta mediados de abril, de manera que esa primera luna llena primaveral coincide con el Jueves Santo.
El significado y propósito de la fecha se mantiene, pero su interpretación ha variado de acuerdo con los siglos. Desde un profundo recogimiento y apego a los mandatos de una iglesia conservadora, con severos castigos celestiales quien osare violar la santidad de estos días, hasta al desenfreno de hoy con la exhibición de los bellos cuerpos en las playas y el peculiar estilo en las actividades de descanso más liberales del año.
En pleno siglo XXI la religiosidad ha ido mermando. Hasta los sacerdotes son menos que años anteriores. La secularización es el sello imperante en la sociedad pero permanece el mensaje salvífico de un ser consagrado por Dios como su Hijo predilecto a quien se le debía oír e imitar.
La creencia evangélica ha ido variando con los años. El significado de la doctrina cristiana, que fue inculcada como una fe ciega para aceptar el mensaje evangélico, es muy distinto al existente desde los años posteriores al final de la II Guerra Mundial. La expansión de la información con los modernos medios de comunicación al alcance de todos se ha convertido en una ruta para que no nos conformemos con un catecismo desfasado de la realidad de las sociedades.
El papa Francisco es consciente de las debilidades de la Iglesia. Sus mensajes son muestras de derrame de una agua viva que empapa a la modernidad del pensamiento actual. Esto para recuperar el liderazgo de una fe que en el Hemisferio Norte del planeta se vive disminuida con el cierre de iglesias y la pérdida de fe. Hay un secularismo en que ya no se tiene miedo al Infierno, ni a los castigos divinos que supuestamente lloverían sobre los países o sociedades si se apartaban de lo establecido por los rígidos cánones de una iglesia que estuvo anclada en el pasado.
Son numerosos los esfuerzos que llevan a cabo sacerdotes en muchas partes del mundo católico para atraer de nuevo a la feligresía a los templos vacíos en estos tiempos de recogimiento. En el país se destacan los esfuerzos que desde hace algunos años ha llevado a cabo Monseñor Masalles cuando era el párroco de la iglesia de San José de Calasanz en Arroyo Hondo. Allí tuvo un éxito notable para atraer en especial a los jóvenes. Ahora en Baní ha comenzado a insertar esa novedad en una feligresía que por sus orígenes canarios heredan una dura cerviz para los asuntos de fe. Es la única forma de motivar a las nuevas generaciones con un “Yo me Quedo” para que las ceremonias y la fe en los días santos adquieran mayor solemnidad. Y también mayor entusiasmo en una feligresía joven más interesada en el disfrute de una playa o de una montaña.
El sentido espiritual, de lo que la Iglesia en sus enseñanzas ha estado pregonando a los creyentes, es para que nos demos cuenta de la trascendencia de nuestra misión en la Tierra. Pese a los cientos de años transcurridos, desde que comenzó Jesús a pregonar el amor al prójimo en las áridas tierras de Palestina, todavía no se asimila ese deseo divino que es una necesidad para la supervivencia de la humanidad.
Pareciera que no hay espacio para hacer un alto de nuestras actividades cotidianas para meditar un poco de los esfuerzos que desplegó el Mesías haciéndole llegar a la humanidad el mensaje salvífico que le había ordenado el Padre. Para lograrlo lo obligó a beber el cáliz amargo de su crucifixión como la condición insoslayable de que ese mensaje perduraría después de su muerte. Y así los humanos se comprometerían a cambiar de actitud para ser más proactivos con sus semejantes. De esa manera el mensaje perduraría a través de los siglos, como se ha logrado vapuleado por una humanidad secularizada, moderna y poco atraída por los sacrificios que conlleva ser practicantes cristianos a plenitud.
Nosotros, si queremos hacer nuestro el mensaje de Jesús, debemos ver en el prójimo a otra vida semejante a la nuestra, con necesidades e inquietudes similares. Debemos abrir nuestros corazones y no rechazar la misión que es compartir la Tierra, tan llena de necesidades y amenazas, fruto del egoísmo que está llevando al planeta por la ruta de la extinción.