Una rosa blanca para doña Carmen

Una rosa blanca para doña Carmen

“Ya no se encantarán mis ojos en tus ojos/ya no se endulzará junto a ti mi dolor. Pero hacia donde vaya llevaré tu mirada/ y hacia donde camines llevarás mi dolor. Fui tuyo, fuiste mía. Qué más? Juntos hicimos un recodo en la ruta donde el amor pasó. Fui tuyo, fuiste mía. Tu serás del que te ame, del que corte en tu huerto lo que he sembrado yo. Yo me voy. Estoy triste: pero siempre estoy triste. Vengo desde tus brazos. No sé hacia dónde voy…. Desde tu corazón me dice adiós un niño. Y yo le digo adiós”.
Los anteriores son fragmentos del poema Farewell del chileno, Premio Nobel de Literatura, Pablo Neruda, que doña Carmen Quidiello le hizo espacio en sus labios para recitarlos a los amigos. Al pasar de la centuria de una vida entregada a la versificación, y su versificación entregada al mundo, la soledad, como destino cruel, engulle en su cama a la mujer que hace más de siete décadas, el destino le puso por primera vez a su lado, en el asiento de un autobús de La Habana, al dominicano que la vida le tenía reservado.
No importa que la soledad y la indiferencia, con rostros de fantasmas, se hayan ensañado contra ella, pues como mujer cubana, santiaguera, que supo convertir en escudo sus versos y éstos, a su vez, en dignidad, apenas se sostiene con un soplo de oxígeno que a veces llega, pero que se torna insuficiente.
Ella y su sempiterno compañero, don Juan, enseñaron a construir dignidad en terreno agreste, a erigir esperanza donde hay desolación, a sembrar risas donde la amargura crece silvestre, a edificar decoro donde la desvergüenza y las indignidades parecen indispensables, aunque no sean.
Postrada en su modesta habitación, doña Carmen-como en aquella parada de autobús habanera- ahora espera la muerte. Con más reciedumbre moral y dignidad no puede ser. Bosch, Patricio y Barbarita no lo aceptarían de otro modo. Hasta la “Paseo de los Locutores” nadie se pasea; solo algunos viejos amigos se refieren a la residencia de los Bosch para recordar el torbellino de gente que convertía en tumultuosa la zona cuando don Juan era una posibilidad.
Muchos de aquellos compañeros ahora son celebridades a cuyo cerebro les fueron extraídos algunos conceptos como solidaridad. Esas mentalidades “luminosas” son eruditas en el buen vivir, mientras los principios sembrados por el viejo, las idea que todos acariciamos, como los propios cuentos de Bosch o los poemas de doña Carmen, son-al decir de Gustavo Adolfo Bécquer-“suspiros que van al aire”, y nada más. Total, la Guerra Fría terminó y todo se justifica. Hasta las ingratitudes.
Se ha dicho que la tristeza no ha sido un signo distintivo en los 101 años que este 29 abril cumplirá doña Carmen. No hay tiempo para estar triste, diría ella. Una rosa blanca de amor, respeto y pureza para doña Carmen, y un abrazo para sus hijos, de modo que nuestros recuerdos se hagan eternos y reposen en su infinita vida llena de decoro. Con el permiso de Barbarita, Patricio y de sus nietos, quiero que antes de que su cuerpo se apague, traer al recuerdo las palabras de mi guía (su esposo, don Juan), pronunciadas en un acto público en la década de los ochenta: “De todas las cosas hermosas y fecundas que yo he tenido en la vida, la más bella y la más fecunda, es haber conocido a doña Carmen Quidiello”.

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