Una sabia lección papal: Saberse ir

Una sabia lección papal: Saberse ir<BR>

   No cabe duda de que renunciar requiere admirable valentía. Ese desasimiento está basado en una honrada comprensión de no estar en capacidad para solucionar o aminorar problemas que requieren de una naturaleza agresiva, que salta por encima de capacidades de perdón y aceptación de las debilidades humanas.

   ¿Hasta qué punto puede un hombre, investido de la máxima autoridad como sucesor de Pedro, el pescador escogido por Cristo para encabezar el grupo de sus seguidores fieles, sentirse cómodo o cumplidor de tan alta tarea, cuando las enseñanzas del Maestro son ignoradas en aras de las riquezas, del poderío, de la hipocresía y la ostentación palaciega?

   No he ocultado que me siento más cerca de Jesús en nuestras simples  iglesias coloniales, especialmente El Carmen, Regina Angelorum o San Miguel y San Carlos, que en las grandes catedrales, especialmente San Pedro de Roma, donde no acierto a entender qué tiene que ver tal lujo, tales mármoles maravillosos,   los pisos diseñados por genios del arte, hasta esa Capilla Sixtina, que debería estar en un gran museo y esas esculturas y pinturas esplendorosas “en homenaje a Cristo”, que fue pobre toda su vida y es símbolo de humildad.

Comprendo que, en su momento, papas confundidos en su intención de darle a la Iglesia un gran poderío terrenal usaran oro y mármoles en interés de reflejar la grandeza de Dios así como que humildes obreros laboraran por largos meses o años para mostrar su amor al Creador con su trabajo. Debido a eso uno encuentra fastuosas catedrales en pueblos misérrimos. Y en las catedrales de Reims y Amiens, en Francia, encontramos ángeles esculpidos a gran altura “porque Dios los veía”.

   El papa Benedicto XVI renunció porque encontraba una “fuerte resistencia” en la Curia romana a las medidas de transparencia y declaró que renunciaba “en plena libertad y por el bien de la iglesia”.

La elección papal siempre ha sido un negocio desde que el alto Clero ha degustado las mieles dudosas de la riqueza. Ya lo sabía Sixto V, cuando siendo Cardenal aparentó ser viejo y débil para ser electo en 1585. Entonces se irguió y mostró su fuerza dedicándose a limpiar la Iglesia y ahorcar a los numerosos ladrones que asolaban Roma, entre otras medidas aleccionadoras que terminaron con los graves desórdenes de verdaderas bandas de criminales de Güelfos y Gibelinos. Así cortó de raíz desafueros con encarcelamientos y ahorcamientos masivos.

     Yo me he preguntado, ante la imposibilidad personalmente sensitiva, políticamente actual y alejada de las posibilidades accionales del siglo XVI, ¿puede un Papa poner las cosas en su sitio? ¿Un hombre que ha sufrido tanto la violencia? Estuvo obligado a formar parte de la juventud hitleriana, porque no había manera de evitarlo, como aquí era obligatorio inscribirse en el Partido Dominicano de Trujillo, creyese usted lo que creyese.

    Encontrarse, desde adentro, preso por un sistema “hipócrita” (palabra suya) y por tanto, traidor a las enseñanzas de Cristo, debe haber constituido una tortura incesante e insoportable.

   Si usted no puede arreglar las cosas, debe irse.

   Yo aplaudo su decisión.

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