M ás allá del protocolo social de Por favor y Gracias que les enseñamos a los niños pequeños, debemos ver qué hacemos nosotros los adultos con esas normas de cortesía.
Día a día tratamos a nuestros acompañantes de vida como si fuera su obligación estar a nuestro lado y responder a cada una de nuestras necesidades.
Para la esposa que está en la casa día a día, no hay un por favor antes del mandato de Tráeme agua o pásame la toalla o dame la comida que me tengo que ir.
No lo hacen los maridos y mucho menos los hijos y las hijas, que piensan que ese embeleco está ahí para complacer sus necesidades en el tiempo en que le nacen.
Pero, para no resultar injusta en este caso, debo decir que no es un asunto sólo de mujeres oprimidas en casa, sino que hay otro lado de la moneda, que es la del padre al que se le exige todo en tono imperativo y ahora.
Y, eso en complicidad entre madres e hijas-hijos. Al padre no se le pide por favor que pase a buscar la niña o el niño a la escuela. No se le agradece que trabaje, traiga el pan a la casa, vaya al supermercado y que sea el chofer gratuito de toda la familia, más fácil se le reclama la tardanza.
La verdad es que hace mucho que Por favor y Gracias pasaron a ser meros anacronismos del lenguaje.
La violencia de la relación que no agradece ni solicita está matando el respeto y su más cercano: el amor.