A pesar de las muchas ocupaciones de nuestros días, a veces hacemos abstracción sobre las cotidianas para cumplir con otras en las que nuestra presencia no es imprescindible, pero a las que, en todo caso, nos sentimos con la obligación de estar.
Esta última situación nos llevó hasta la Sala Ramón Oviedo la semana pasada a cumplir con la necesidad de respaldar a José Antonio Molina en el reconocimiento que le hizo Cultura.
Resulta que tenemos la convicción de que Molina es uno de los grandes valores que tiene nuestro país y que su sólida formación profesional se adorna con una sin par sensibilidad y una simpatía y humildad que revelan su verdadera inmensidad.
Ahí, mientras unos y otros conversaban, tuvimos la oportunidad de abordar, muy breve, (las cámaras y las grabadoras estaban encendidas) a Michelle Jiménez -no Rodríguez-, quien goza de una merecida fama, sustentada en su talento y disciplina.
En ese espacio me le acerqué a Papa Molina y le pregunté algo tonto, pero que tenía que aclarar de su propia voz: ¿usted se llama José Antonio?
La respuesta no se dejó esperar. Se llama Ramón Antonio. Papa, que siempre ha sido un hombre mesurado se desahogo -sin exaltarse- y me dijo: ¡qué bueno que me lo preguntas! Y a partir de ahí la bien justificada necesidad de reclamar que le respeten su bien ganado nombre.