¿Una socialdemocracia neoliberal?

¿Una socialdemocracia neoliberal?

Al mirar hacia las concreciones económico-sociales actualmente dominantes en la realidad latinoamericana y caribeña es difícil evitar la tentación de preguntarse por el modelo dominante vigente en la mayoría de los países de la región. Para algunos esta puede ser una pregunta impertinente que no merece una atención detenida, pues no parecería conducir a otro sitio que a la pérdida de tiempo y energía. Es posible que así sea. Sin embargo, no parece ser ocioso el llamado a la curiosidad que conduce al esfuerzo por clarificarnos a nosotros mismos con respecto al rumbo hacia donde parece orientarse hoy buena parte de los países latinoamericanos. Como se sabe, en esta parte del mundo y por un buen tiempo el debate y la confrontación ideológico-política estuvieron dominados por la contraposición liberalismo-socialismo con matices característicos diversos.
Así, fracasada la opción por un “socialismo ortodoxo” y criticadas las “nuevas propuestas neoliberales” parece quedar en pie esa “socialdemocracia”, “socialismo suave” o “socialismo democrático” vigente desde hace ya buen tiempo en buena parte de los países europeos y que, en este contexto, parece hacerse atractivo y ¿exitoso? también en la región latinoamericana para significativos sectores sociales y políticos. Es que, sea como sea que lo consideremos una visión extremadamente mercado-céntrica no parece ser fácilmente asimilable por los llamados sectores progresistas de la región en razón de las consecuencias sociales que ella implica en una región signada ampliamente por la pobreza. En su defecto, ¿se trataría entonces de un manejo prudente, es decir sin dominancia, de la lógica del mercado como mecanismo de constitución y desarrollo de las relaciones económicas?
No se trata de apresurar una respuesta, sino de ayudar a agudizar la atención y la mirada para facilitar la construcción de relaciones sociales dominantes deseables: un Estado de bienestar que se orienten a la construcción de la vida digna de las mayorías con asiento en una concepción integradora e incluyente de las mismas. Tal como se nos ha recordado recientemente: “El Estado de bienestar es una invención política: no es un vástago ni de la democracia ni de la socialdemocracia, aunque ciertamente es la mejor obra de esta última. La defensa de su actualidad se vincula con la defensa de lo mejor de la socialdemocracia: la sistemática resistencia a la disolución de los lazos sociales por los nexos mercantiles, en términos que reconozcan el estatus igualitario de la ciudadanía. Insisto en la caracterización de “lo mejor de la socialdemocracia”, para que no se confunda con sus versiones bastardas.” (Kerstenetzky, Celia Lessa, El Estado de Bienestar Social en la edad de la razón, Fondo de Cultura Económica, México, 2017, p. 15).
Se trata efectivamente de recuperar esa intuición central de la socialdemocracia que la aleja del neoliberalismo, que la protege del mismo y la reconecta con la idea fuerza del Estado de Bienestar releído a la luz de los nuevos desafíos e intuiciones que se alimentan del presente. No se trata, pues de una socialdemocracia neoliberal, sino “socialdemocrática”. Es decir de aquella que socializa la democracia y democratiza los beneficios sociales haciéndolos llegar a las grandes mayorías constituyéndolas así en ciudadanos y ciudadanas plenas. Este es probablemente uno de los principales desafíos del presente: ampliar la democracia extendiendo su horizonte de manera que pueda alcanzar cada vez “a los más” y profundizar así su realidad. Es por ello por lo que la democracia no puede ser a su vez neoliberal, sobre todo en regiones empobrecidas, pues sería inevitablemente excluyente de las mayorías. Sería una democracia antidemocrática. Mucho de esto tenemos en la cabeza de no pocos dirigentes políticos que hablan de democracia con pobres ideas acerca de la misma.

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