Una sociedad inficionada

Una sociedad inficionada

PEDRO GIL ITURBIDES
Acusamos a los amigos y protegidos de Niño Cuboy de profanar aquella esencia de nuestra nacionalidad que debe subyacer como emoción en la Bandera Dominicana. Un pronunciamiento por aquí, otro por allí, hechos todos al desgaire, pretenden rescatar el valor de este símbolo de la dominicanidad.  Lo cierto es que quienes enterreraron a Niño Cuboy envolviendo el ataúd en la enseña tricolor, calcaron otras conductas, de otros grupos sociales y políticos. Porque para nosotros, la Bandera Dominicana es lo mismo que un trapo.

Hace tiempo que la sociedad dominicana olvidó el sentido de sus símbolos patrios. Con notoria indiferencia contemplamos los momentos en que se iza o se arría la Bandera en locales de servicio público. Ignoramos las disposiciones de exhibirla y hacerla ondear en ocasión de fiestas patrias.

Ninguna fibra memorial se conmueve por las luchas de nuestros antepasados, y por ende no hay sentimientos patrios para mostrar.

El Himno Nacional no tiene mayor significación que la propia de uno de los desentonados merengues populares. Su interpretación no enerva la emoción por el lar nativo. Cuando se interpreta en actos públicos formales o en eventuales actividades especiales, mucha gente continúa con sus asuntos

personales. Unos mantienen su cháchara insulsa. Otros se mueven entre asistentes, ajenos a las notas de lo que para ellos no es más que música idéntica a la de un festejo bailable.

Nadie rinde culto mediante el respeto a estos símbolos, hacia aquellos de nuestros antepasados que, con sus virtudes y defectos, forjaron la República. Nada de excepcional tiene, por consiguiente, que se envuelva con la Bandera Dominicana, el féretro con los restos mortales de Niño Cuboy.

Aquí todo es un relajo, porque de este modo hemos desenvuelto la vida del país desde aquél 30 de mayo de 1961.

Antes de esa fecha era obligatorio mostrar respeto hacia estos símbolos. Y sobrevenían multas de cinco setenta y cinco a quienes no se acogían a las disposiciones oficiales.  Al paso que vamos, en cambio, los bollitos de maíz se envolverán en las freidurías de las esquinas, con los despojos de la insignia tricolor. Porque eso es lo que una sociedad permisiva viene enseñando. Quizá no en forma expresa, sino con egoísmos personales y grupales, lenidad y laxitud, indiferencia, desinterés y negligencia.

Exculpo pues, a los amigos de Niño Cuboy. Muchos de ellos, en esa franja que va en las orillas orientales del Santo Domingo del Distrito Nacional desde la Márgara al sur hasta La Ciénega al norte, son peones de partidos y sindicatos. Son los que han cumplido las amargas tareas de la partidocracia y el revoltillismo. A ellos les enseñamos que la Bandera es un trapo, que, a conveniencia, sirve al escándalo político. A esos muchachos de esa franja les enseñamos a envolver otros cuerpos yacentes en los colores que representan la Independencia Patria. Y a muchos otros jóvenes les hemos dado la misma lección.

Lo cierto es que la nuestra es una sociedad doblegada por el libertinaje. Con paulatino desenfado ha involucionado desde la eliminación de la dictadura, en lo tocante a disciplina social. Rompimos los moldes para la formación de una persona social de respeto no ya hacia los símbolos patrios, sino hacia minucias como las de la buena vecindad. Pareciera que antiguas conductas no fueron fruto de venerable condicionamiento fruto de la enseñanza doméstica, sino de la coerción política.

Hoy más que nunca, por tanto, tiene sentido la predestinación del Presbítero Monseñor Oscar Robles Toledano de que marchamos hacia la disolución social.

Estamos a las puertas de una dislocación de las familias como células, y de sectores de vida como grupos, fruto de la inseguridad y el temor colectivos.

Y el desfile fúnebre con los restos de Niño Cuboy envuelto en la Bandera Dominicana no es más que síntoma de una enfermedad mayor que sufre el país.

No culpemos a los amigos y protegidos de Niño. Culpémonos a quienes, con responsabilidad pública no hemos hecho lo necesario y suficiente para dar en heredad una Nación mejor.

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