Una sociedad informada

Una sociedad informada

PEDRO GIL ITURBIDES
A ustedes les he contado que España tuvo problemas para insertarse en la llamada “sociedad de la información”. Durante el último de los gobiernos de José María Aznar, el asunto hizo crisis. Ocurre que a los españoles se les medía por el resto de Europa en materia de adquisición y uso de equipos de informática. Aquello desató renuncias ministeriales y reprogramación de planes de gobierno. Todo para que, las mediciones no diesen una España de la cola, allá, detrás de los Pirineos.

Los fabricantes de equipos, pero sobre todo los realizadores de programas, han encontrado la manera de obligarnos a comprar sus novedades. ¿Cuántos “clic” hacen los neozelandeses al día? ¿Cuántas horas permanecen ensimismados los chinos ante una pantalla a través de la cual conversan con un grupo de peruanos? ¿Cuántos mensajes de correo electrónico mandan los dominicanos por diezmilésima de segundo? Y por diversas vías, de variopinta especie, se hace saber quiénes se encuentran a la vanguardia. Y quiénes marchamos en la cola.

Pero hemos de pregonar que otras son las necesidades insatisfechas de este pueblo. Hemos de recordar que la desnutrición y la inanición, ocupan lugar preferente en la lista de requerimientos de nuestra sociedad. Siendo como lo es una sociedad del hambre, no debemos entrar en competencia para ver quién ocupa lugares preferentes en la sociedad de la información. Hemos de pregonar que hay miles de familias y personas sin techo. Al vivir en un país con un déficit habitacional que alcanza el millón de unidades, debemos de olvidarnos de la sociedad de la información. Antes que esta sociedad hemos de erigir la sociedad de techo asegurado para todas las familias.

Hay hambre por doquier y carecemos de techo a uno y otro lado, porque somos un pueblo en donde el 22% de la población económicamente activa está desempleada. Por consiguiente, antes que construir una sociedad de la información hemos de levantar la sociedad del empleo para todos.

Contemplo maravillado el derroche que supone la inversión en ordenadores o computadoras que se instalan en muchas ciudades y poblados del país.

Donaciones de entidades multilaterales, impuestos a los servicios de comunicación y otros recursos públicos se destinan a dar satisfacción a una necesidad creada por la fantasía. Estos aparatos son el juguete con que una imaginación desbordada entretiene a cuantos sufren males sociales que precisan equidad y justicia sociales. ¿Qué resultados obtienen los usuarios no guiados, cuando visitan los centros en que se instalan estas máquinas? ¿Qué tiempo dedicarán esos visitantes a estudios relacionados con asignaturas que cursan, a intercambio de correspondencia, juegos digitales o conversaciones en red?

¿Qué nuevos recursos económicos se requerirán para la renovación de instalaciones y programas? ¿En cuánto tiempo cesarán estos servicios, no porque decaiga la voluntad política que los inspira, sino porque antes perimirá la vigencia de los programas y equipos en que se sustentan?

La República Dominicana tiene que levantarse como una sociedad informada, pero no necesariamente como una sociedad de la información. Al esquema que se nos propone hemos de responder con retruécanos. Hemos de dar satisfacción con actos de gobierno más efectivos y menos efectistas, a los requerimientos esenciales de la vida. Y mientras fortalecemos al pueblo mediante políticas reales de bienestar, levantar esta otra sociedad informada. Las máquinas de la juguetería informática tendrán que ser una de las columnas de esa sociedad informada.

Pero no podemos depositar en esa maquinaria todo el potencial y toda la fuerza real del país.

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