Cuando las arterias de una ciudad resultan insuficientes para recibir la corriente vehicular en circulación, solo existe una solución: demoler las edificaciones en las zonas de la urbe que pueda ejecutarse ese tipo de trabajo y ensanchar las calles y avenidas que lo requieran para obtener el desahogo del volumen de tránsito o crear nuevos planos por debajo de la superficie de la tierra (tren subterráneo) o por encima de las calles al nivel que sea requerido. Las condiciones económicas locales y las circunstancias, serán las que determinarán cuál es la solución más conveniente o la más rápida o la más económica. Lamentablemente los políticos y no los técnicos serán quienes tendrán la última palabra, pero lo que no se deberá olvidar al preferir el ensanchamiento de vías, es el alto costo de las expropiaciones, demoliciones y nuevas edificaciones y también no se debe olvidar que el costo de las galerías, estaciones o instrumentaciones, desvíos de tuberías de agua potable y negras y desagüe pluvial, resultan hoy en día exageradamente elevadas de tal forma que una obra de esta naturaleza resulta incosteable para un país como el nuestro y por consiguiente es prácticamente irrealizable en los actuales momentos. Urge pues, una solución, que a todas luces es altamente controlable y es el remedio ideal para curar una enfermedad de la ciudad que todos padecemos y solo a nosotros corresponde aplicarle la medicina: El transporte colectivo elevado.