Una sugerencia al gobernante

Una sugerencia al gobernante

JOTTIN CURY HIJO
Corre el rumor de que la creciente criminalidad que nos sacude proviene de una sorda y brutal alianza entre las fuerzas políticas derrotadas en las pasadas elecciones y grupos de jóvenes resentidos que arrastran desde hace tiempo un desempleo crónico. Los cuatro años anteriores, de los peores que hemos vivido, nos han dejado virtualmente en bancarrota.

La repatriación de compatriotas que  mensualmente nos envían los Estados Unidos, debidamente maquillados en la delincuencia, unida a la agobiante pobreza económica resultante de nuestra aumentada depredación pública y privada, nos han colocado en situación difícil. Asesinatos, estupros de adolescentes y menores, nos están presentando como una sociedad peligrosa, y para empeorar el panorama, con instituciones armadas incapaces de frenar el mal.

¿Qué hacer? Tenemos ahora una administración gubernamental que apenas comienza a enfrentar los problemas nacionales. La mayoría de los dominicanos que quieren orden, libertad y progreso, exigen castigo ejemplar contra los responsables del malestar que nos conturba. Aquellos que se han enriquecido con sumas astronómicas, convertidas hoy en deudas externas e internas del Estado, tienen el suficiente dinero para costear balaceras, asaltos, homicidios, y sembrar el terror,  con la doble finalidad de amedrentar la persecución judicial contra los corruptos de ayer y desacreditar el esfuerzo de los mejores por rescatar nuestra moribunda democracia política.

Maurizio Virola, biógrafo italiano contemporáneo, en su estudio sobre Nicolás Maquiavelo, nos dice que el astuto florentino tachó de falsa la opinión de Cicerón y los humanistas cuando afirman que para defender y mantener el poder es más eficaz la bondad del gobernante que el temor que éste inspira en sus gobernados. Su refutación, en el Capítulo XVII de El Príncipe, es esta: «Se querría lo uno y lo otro [ser amado y también temido]; pero como es difícil conseguir ambos a la vez, es mucho más seguro ser temido primero que amado, cuando las circunstancias impongan despojarse de una de las dos cosas».

Maquiavelo llega a esta conclusión aduciendo que «los hombres tienen menos consideración en ofender a uno que se haga amar que a uno que se haga temer». El vínculo del amor se rompe cuando el interés interviene,  pero el del temor «se mantiene por miedo al castigo, que nunca abandona a los hombres». El notable escritor político recomienda que su temor no despierte el odio, y que el método empleado para inspirar obediencia y respeto a sus actos no se reviertan contra él.

Si el pueblo que le ha conferido a un príncipe nuevo el mandato de gobernar conforme a las leyes vigentes, pero partidos o grupos adversos, aliados a resentidos sociales, rompen el equilibrio con fines de hacer imposible la convivencia común y aprovecharse de la alteración de la paz, si ese pueblo, repito, llega al convencimiento de que su mandatario no reacciona, o no reacciona con el vigor necesario, es bien probable que le retirará su apoyo y buscará soluciones por otra vía. ¿Que este príncipe nuevo use de la fuerza para doblegar a los insumisos? No importa, y el florentino viene en su auxilio recordándole que «no debe preocuparse si le llaman cruel, siempre que tal cosa sea necesaria para hacerse respetar por los súbditos y mantenerlos unidos».

El tema de este artículo, en momentos como los actuales, podría llenar cuartillas que el periodismo moderno rechazaría por extensas, lo que me impide continuar abundando sobre el mismo. Pero con el permiso de nuestro  gobernante, de mente finamente cultivada, le sugiero sacarle breves minutos a su ardua labor, y sin menoscabo de sus elevadas funciones, darle una lectura de repaso al brillante Capítulo XVIII de El Príncipe.

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