Una torre de Babel

Una torre de Babel

HAMLET HERNANN
A los dominicanos nos encanta llevarle la contraria hasta a aquellos con los que coincidimos. Puede ser en cuestiones de política, de deportes, de negocios, de religiones o de ideologías. El criterio de “ellos y nosotros” está arraigado y podemos decir que el hacer antagónicas todas las contradicciones forma parte de nuestra cultura, aún sean éstas de baja intensidad. Atrae la atención en los últimos tiempos el constante desarrollo de las diferencias entre aliados, ya no entre adversarios.  Es probable que, dentro de la teoría del caos, este sea un efecto secundario de la turbulencia política que vive la sociedad dominicana luego de la reciente muerte de los caudillos tradicionales.

Vemos cómo el presidente Leonel Fernández viaja a Venezuela a buscar buenas condiciones en la compra de los hidrocarburos y logra con el presidente Hugo Chávez un negocio mejor que lo que hubiera podido imaginarse alguna vez. Sin embargo, por esa anomia, esa ausencia de normas sociales, no bien se anuncia con bombos y platillos el acto solidario de Venezuela, el Presidente de la Refinería Dominicana de Petróleo, en pleno conflicto de intereses, empieza a desacreditar ese acuerdo tan beneficioso para República Dominicana. Por obra y gracia del espíritu conciliador de Leonel Fernández, la opinión del funcionario dominicano es desautorizada pero, ni el gobierno lo cancela ni por dignidad él renuncia, como debió haber sucedido en un régimen institucionalizado.

Otro ejemplo de la torre de Babel en que nos desempeñamos a diario es el que viene aquejando al Consejo Nacional de Empresa Privada (CONEP). Sus principales dirigentes se enfrascaron en extensas y prolongadas conversaciones con el gobierno y, luego de algunos escarceos propios entre idénticos, llegan a un acuerdo sobre la reforma fiscal que necesita el gobierno. Pero no bien se anuncia ese logro, el sector turismo privado se rebela, dice que no acepta los acuerdos y solicita discutir esos asuntos al margen del CONEP. Una actitud semejante de desconocimiento al liderazgo de la organización empresarial asumió la Junta Agroempresarial Dominicana (JAD) haciendo añicos el cacareado consenso entre parte de los empresarios y el gobierno. No es este el primer desgajamiento de las organizaciones empresariales. Otros han ocurrido en el pasado reciente. Pero que tenga lugar ahora cuando el Norte revuelto obliga a carabina al gobierno con las ominosas siglas FMI y RD-CAFTA, es como para revoltearle las úlceras a más de una figura política y empresarial.

Asimismo, la cultura babeliana pone en peligro el estandarte gubernamental de lucha contra la corrupción cuando los representantes del área económica y judicial entran en contradicciones antagónicas en torno a los fraudes bancarios que tuvieron lugar en años recientes. Unos funcionarios dicen que los bancos fueron asaltados desde dentro y que los aristócratas banqueros deben ser castigados de acuerdo con lo establecido en el código penal. Otros alegan que en el descalabro de los bancos no hubo fraude sino que aquello fue consecuencia del mal manejo de la economía por parte del gobierno de Hipólito Mejía. Sea pato o gallareta, lo cierto es que en el gobierno no se han unificado los criterios al respecto y es probable que los dos mil millones de dólares que desaparecieron en bolsillos ajenos más el enorme déficit cuasi fiscal que ahora están pagando los pobres de este país nunca serán llevados a un juicio de fondo en los tribunales de la República. Esto así, los aristócratas banqueros serán los únicos beneficiados por las diferencias interesadas de los prominentes miembros del gobierno y podrán compartir sus riquezas mal habidas con algunos de sus defensores.

Se podría continuar indefinidamente poniendo ejemplos de la cultura babeliana que padecemos poniendo entre muchos ejemplos lo de la construcción de un tren subterráneo. Parece que no ha importado que el Presidente de la República haya declarado pospuesto indefinidamente ese proyecto para que los interesados propulsores de esta mega obra continúen campantes como perro huevero gastando los fondos que se les habían consignado en el presupuesto como si nada hubiera pasado. Lo mismo podría decirse alrededor de los temas de la energía eléctrica, del transporte, de la salud pública, de la seguridad social, y así sucesivamente hasta nunca acabar.

De lo que sí podemos estar seguros es que vivimos un momento histórico de turbulencia política donde no tenemos líderes carismáticos ni árbitros confiables. Y sin ese material humano, los de arriba seguirán debatiendo como repartirse el país y los más vamos a tener que construir el futuro con las uñas hasta que logremos nuestros objetivos o nos desangremos en el camino.

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