Cada día aumenta la desesperación de los habitantes en torno al lago Enriquillo, con la elevación del nivel de sus aguas, que ya ha recuperado unos 190 kilómetros cuadrados de su superficie, que por años, había permitido el aprovechamiento agrícola de esas tierras, que una vez fueron parte del lecho del lago más grande las Antillas.
La historia geológica del lago es cautivante y extraña. Es por la forma peculiar de su formación, cuando ese volumen de agua quedó aprisionado entre el cierre de la salida del mar a la bahía de Puerto Príncipe (Gonaives) y el taponamiento con las enormes cantidades de sedimento que acarreaba el río Yaque del Sur en sus crecientes milenarias, durante una temprana edad geológica de la isla, quizás cuando desaparecieron las cuatro islas originales que formaron parte de las cordilleras existentes en la actualidad.
El lago Enriquillo y el Azuei cautivaron, desde los tiempos del descubrimiento, a los ocupantes hispanos, quienes enviaron expediciones a estudiar la extraña formación lacustre, que según Fernández de Oviedo, una expedición se topó con un terrible sonido que se producía en el lago que nunca supieron su origen.
Durante el siglo pasado, las fluctuaciones en el nivel de las aguas del lago por debajo del nivel del mar, no fueron determinantes y las poblaciones crecían y se multiplicaban en su entorno, desarrollando una provechosa agricultura que se convirtió en la fuente de manutención de sus habitantes que nunca soñaron lo que ocurriría en estos primeros años del siglo XXI, con un lago irreductible, avanzando y recuperando sus terrenos que fueron una vez parte de su lecho.
Lo ocurrido con las instalaciones fronterizas es relevante de cómo se están comportando las aguas de los dos lagos, que ya una vez en 1893, el Enriquillo llegó a 60 centímetros por encima del nivel del mar para retornar en 1900 a 30 metros por debajo del nivel del mar y llegar en el siglo XX hasta su máximo cercano a los 45 metros por debajo del nivel del mar.
El futuro es impredecible para los miles de habitantes que viven en poblaciones cuyos niveles están por debajo del nivel del mar y a orillas de los dos lagos. Por lo pronto ya es necesario relocalizar una buena parte de la carretera desde Neyba hasta Jimaní, seleccionando lugares adecuados para reubicar las poblaciones en la ladera sur de la sierra de Neyba, como es el caso de Boca Cachón. Hasta Jimaní se debe reubicar, ya que está amenazada por los dos lagos, así como por el impredecible comportamiento del río Blanco, que todavía está fresca en la memoria la tragedia del 2006.
Por igual, la relocalización de las instalaciones aduanales de la frontera de Jimaní es algo prioritario, que hasta ahora la indolencia burocrática no le ha prestado atención. Las autoridades de los dos gobiernos isleños deberían empeñarse en estudiar y solucionar los inconvenientes que representa el crecimiento del nivel de las aguas de ambos lagos. No esperar que la Providencia venga al rescate, frenando ese avance para que retrocedan los niveles como eran en un pasado reciente. Se esperaría que los habitantes vuelvan a su rutina de sentirse tranquilos en una vida sedentaria, ahora alterada malamente por lo que la naturaleza está recuperando.