Una tragedia que debe servir de enseñanza

Una tragedia que debe servir de enseñanza

FABIO R. HERRERA-MINIÑO
La llegada de una inocente vaguada el pasado sábado 27, nos dejó a todos indiferentes, como si se tratara de un mal tiempo más. La paralización de su movimiento de traslación por muchas horas, no nos advirtió lo que nos venía desde el cielo, cuando ya en las primeras horas del domingo 28 surgía la tormenta Noel, que rompió todos los récord de lluvia caída, con severas y devastadoras consecuencias de muertos y daños a las propiedades.

Las grandes crecientes de los ríos se manifestaron con severos daños a las propiedades y vidas humanas, pero donde estuvo concentrado el mayor peligro fue en la estabilidad y seguridad de las presas de tierra, que estuvieron al borde de colapsar, cuando sus embalses prácticamente se llenaron y solo quedaba el vertido del agua por encima de la cresta de las presas, con lo cual se erosionarían y se llevaría la estructura, arrasando con todo lo que se encontrara aguas debajo de esas inmensas estructuras de tierra y roca, como en Hatillo y Sabana Yegua.

Tanto en Hatillo como en Sabana Yegua hay más de 400 millones de metros cúbicos de agua almacenada en cada una. Pensar en desaguar de inmediato sus embalses es una tarea imposible, ya que no hay vertederos capaces de canalizar tales volúmenes de agua en pocas horas, dejando las estructuras a merced de la Providencia para que el agua frenara su caudal y no llegara a rebosar la cresta de las presas de tierra. Esto hubiese sido funesto para la vida de la región de influencia de las presas. En Cuba, Noel hizo colapsar una de sus presas y arrasó propiedades sin pérdidas de vidas, ya que se habían evacuado con tiempo y control de las autoridades cubanas.

Para evitar el pánico que se apodera de las autoridades, en particular las del INDRHI, ante la eventualidad de que una de las presas de tierra colapse, se impone establecer cada año, con el inicio de la temporada ciclónica, un programa de vaciado de los grandes embalses, aun cuando la CDEEE proteste por la falta de agua para la generación hidroeléctrica. Ese programa de vaciado de embalses debe iniciarse a más tardar el 31 de agosto de cada año, llevando el nivel hasta el mínimo de seguridad del embalse y de operabilidad de la presa en sus condiciones de suministro de agua para acueducto, riego y electricidad.

Estar preparado para los eventos atmosféricos de cada año, y en particular a partir de septiembre, es una tarea que debería ponderarse para su aplicación, y no que atrapen al INDRHI o la CDE asando batatas, como ha ocurrido y ya ocurrió el pasado año durante la tormenta Ernesto, que a finales de agosto del 2006 dejó a los embalses en condiciones peligrosas de vertido por encima de la cresta.

Debe evitarse un desagüe precipitado de las presas, cosa que se hizo el pasado día 29, tan trágico para el país, ya que desaguar una presa lloviendo es una acción peligrosa que produciría mucha destrucción y luto a los millares de familias que viven a lo largo de las riberas de los ríos represados, que verían el caudal aumentar a niveles extraordinarios, como lo hemos visto y sufrido en días pasados.

Un embalse vacío y tan solo con el agua necesaria para el uso perentorio que se estime para dos o tres semanas de acuerdo a la demanda de riego, acueducto y en menor escala para electricidad, dispondría de más serenidad para enfrentar las crisis de cada año, cuando ocurren las perturbaciones atmosféricas de consideración. Si no se está preparado, se buscan soluciones a la carrera bajo el temor y provocando situaciones peligrosas, que si semanas antes de la probable llegada de esos huracanes y tormentas se estuviera preparado para eventualmente resistir adecuadamente los embates de las lluvias y el viento, amortiguándose los efectos de crecientes violentas y caudalosas, ya que serían asimiladas por los embalses de las presas semi-vacíos y preparados para esos eventos de la Naturaleza.

Los embalses semi-vacíos dispondrían de una capacidad de almacenar crecientes de los mil metros cúbicos por segundo. Se garantizaría la seguridad de las presas de tierra como las de Tavera, Hatillo y Sabana Yegua. Los daños aguas abajo de las presas no serían tan calamitosos como ocurrió ahora y ya había ocurrido en 1998 con el huracán George, de tan triste recordación en la zona de San Juan. Recuérdese que el sur profundo estuvo incomunicado por varios días y con muchas poblaciones llenas de agua y lodo, sin agricultura y recuperándose lentamente en las zonas bajas de los ríos como el Yuna, el Yaque del Sur y el Yaque del Norte, siendo notables los casos de poblaciones inundadas y semi-destruidas como Jaquimeyes, Habanero, Arenoso, Villa Rivas con sus calles, patios y casas llenas de agua y lodo. Siempre los hechos se repiten por la típica imprevisión dominicana, reflejada en grado superlativo en la incuria de los funcionarios públicos. Ahora hay propósitos de enmienda.

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