Una tragedia que nos conmueve

Una tragedia que nos conmueve

BIENVENIDO ALVAREZ-VEGA
Es imposible no referirse uno a la tragedia de la cárcel de Higuey. Una tragedia que a todos nos ha conmovido, nos ha llenado de angustia y de impotencia. Otra vez uno vuelve a preguntarse si no somos todavía capaces de evitar tragedia como esa,  si no podemos impedir que 134 seres humanos, prisioneros que estaban a merced de la voluntad y la autoridad del Estado, mueran carbonizados, comidos por un fuego que nadie contó con la habilidad suficiente para apagarlo a tiempo.

El cuartel policial de Higuey es pequeño, levantado cuando el municipio oriental no contaba con la población que tiene hoy y cuando su tamaño geográfico era menos de la mitad de lo que es hoy. Con el tiempo le fueron haciendo anexos y ahora alberga más de 400 prisioneros, todos hombres, provenientes de distintos puntos del país.

(Un estudio de Finjas estableciò, en marzo del año pasado, que en el paìs hay 35 establecimientos penitenciarios, con una población de 13,587 reclusos. La capacidad de albergue de estas cárceles es de solo 8,000 prisioneros.)

Cuando era adolescente visitaba esta cárcel casi todos los domingos junto a un grupo de personas de iglesias que encabezaba Cristina Castillo,  una mujer piadosa.  Brindábamos alimentos a los prisioneros y los aconsejábamos sobre la necesidad de renunciar al pasado y mirar hacia delante, les decíamos cuan importante era reconstruir la vida y aceptar los buenos principios del amor y la convivencia social.  

Entonces los prisioneros eran relativamente pocos y el recinto estaba limpio, aseado y sin hacinamiento. No se oía hablar de que los reclusos portaban cuchillos, palos, punzones y tubos para atacarse. Las autoridades tenían un verdadero control sobre el pequeño recinto carcelario, pues los problemas eran menores.

(“Más del 50% de todos los establecimientos penitenciarios fueron construidos antes de 1960, incluso funciona actualmente uno, cárcel de Neyba, construido en 1915. Solo cuatro establecimientos tienen menos de quince años de edificación.”)

Después de 30 años regresé a la cárcel de Higuey para visitar un pariente preso. Fue en diciembre del 2000. Volví en diciembre del 2001. El recinto había sido agrandado con varios anexos, pero todo aquello era irreconocible para mì. Había un gentío, las celdas se habían multiplicado y estaban llenas de barrotes por donde hombres, en su mayoría jóvenes, acercaban la cabeza y sacaban sus manos para pedir dinero, para decir cosas, para mostrar en el estado de indignidad en que se encontraban. El hacinamiento reinaba en el lugar y un cabo o sargento actuaba como el jefe de todo aquello, llamaba a los presos por sus nombres para que hicieran esto o aquello o dejaran de hablar, o para que bajaran donde un familiar que los esperaba afuera. En ambas ocasiones recree en mi mente las escenas que había visto en La Victoria y también recordé lo que antes había leído, que la cárcel es el lugar donde la vida humana se pierde.  

Las cárceles dominicanas hace tiempo que dejaron de ser un ámbito para cumplir penas y reformar delincuentes. Estos recintos son, como han dicho algunas personas, verdaderas escuelas de delincuentes, espacios donde la mayoría de los reclusos aprenden nuevas maneras de hacer maldades, de cometer crímenes, de robar, de vengarse, de adquirir y distribuir drogas, etcétera. También son negocios para comprar y vender, para extorsionar, para negociar con la dignidad de las personas, con la libertad, con los expedientes judiciales, con el traslado a los tribunales, con la limpieza de las celdas, con las camas, con los colchones, con los alimentos, con las salidas al patio a tomar el sol, con el recibimiento de mujeres u hombres para sostener relaciones sexuales, con salidas a la ciudad.

(“El hacinamiento es extremo, existiendo cárceles donde 70 personas duermen en baños, o en otros como en Higuey, Romana y Nagua duermen en bolsas de tela colgadas del techo porque el espacio no alcanza para extenderlas como hamacas. En horas de la noche la mayor causa de riñas entre los reclusos es cuando los que duermen en cama se levantan para usar el baño y de manera accidental pisan a los que están durmiendo en el suelo, pasillos o baños.”)

Nuestras cárceles son otra muestra del curso que ha seguido la sociedad dominicana en estos últimos 40 años. No hemos sido capaces de resolver prácticamente nada. Nos deshacemos formulando planes, prometiendo, estudiando, levantando diagnóstico, pero al final todo sigue sin cambios, igual de mal. El sistema carcelario dominicano en su conjunto es propio del medioevo. Es otro mundo, es la expresión del destino que creemos que debe seguir el hombre o la mujer que viola la ley. Es, también, otro lugar donde el Estado está ausente.

Por años hemos creado comisiones, hemos emitido decretos, hemos levantado investigaciones, hemos recibido expertos extranjeros y hemos contratado especialistas locales, pero poco se ha hecho para mejorar el sistema carcelario. Todo se lleva y se trae, todo se conoce y se sabe, pero para los gobiernos las prisiones no constituyen parte de sus prioridades. Con esta desgracia de Higuey, una verdadera desgracia de 134 hombres carbonizados y otros muchos con serias quemaduras en su cuerpo, lo único válido sería que la misma sirva para que la sociedad y el gobierno se interesen en este otro mundo donde también están los nuestros, donde de alguna manera estamos nosotros.  

bavegado@yahoo.com

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