Una vacuna contra la corrupción

Una vacuna contra la corrupción

MAURO CASTILLO
Luis Pasteur revolucionó el mundo de la medicina orgánica, aunque fue un biólogo y químico francés (1822-1895) de origen humilde. Estudió en la prestigiosa Escuela Normal de París y de doctoró en Ciencias. En 1867 fue nombrado profesor de Química de la Sorbona, hasta 1889, en que asumió la dirección del Instituto de su nombre. La prolongación de sus investigaciones, y especialmente el estudio de la putrefacción, le hizo pensar que muchas enfermedades debían ser producidas por gérmenes perjudiciales existentes en el aire o el ambiente, los cuales se adueñaban del organismo.

Esta creencia en el origen microbiano de algunas dolencias lo llevó a establecer vacunas contra ellas: ántrax, rabia, difteria, etc. Lister, a justo título, pudo decir de él que «jamás había existido un hombre al que tanto debiesen las ciencias médicas, aunque no era precisamente un médico».

Si observamos con la misma agudeza que caracterizó a Pasteur al plantearse la hipótesis de que la putrefacción que surgían en la naturaleza biológica de todo ente con vida era causado por otro ser nocivo que embarga el ambiente y que contaminaba su existencia hasta destruirlo, por lo que apoyándose en su genialidad elaboró los anticuerpos o vacunas para inmunizar los cuerpos sanos de los virus o bacterias que los pudiesen infectar.

Creemos que pudiésemos extrapolar la visión de pasteur a los grupos psicosociales de nuestro país donde se ha venido desarrollando un proceso de putrefacción o corrupción de la moral social, que está llevando a una gran parte de la población a cometer robos, raptos y asesinatos con tal magnitud que en todo el cuerpo social cunde el terror porque la inmoralidad ha llegado tan hondo que se teme por un descalabro de las instituciones básicas que constituyen un país, cuyo núcleo esencial es la familia.

Debemos a seguida pasteurizar a niños, jóvenes y adultos inoculando a todos esos medios familiares con fuertes dosis de educación tal como lo hicieron los Ingleses, pero en época muy temprana, como lo señala el buen amigo, músico e intelectual Jacinto Gimbernard Pellerano en su reciente artículo «Un Brinco hacia la Esperanza» aparecido el sábado 6 de este mes de noviembre del 2004 en este mismo periódico y nos dice: «veamos el mundo inglés. Las escuelas públicas o «Public schools se inician temprano. La de Winchester data de mil trescientos ochenta y dos, la de Eton fue fundada por Enrique sexto en mil cuatrocientos cuarenta, pero, todavía más importante y significativo: ricos ciudadanos, convencidos de la importancia de la educación y la cultura, fundaron y financiaron escuelas públicas que en un principio eran gratuitas y estaban destinadas a los niños del entorno. El fundador pagaba un sueldo adecuado a los maestros y cubría la alimentación de los alumnos. Solo los extranjeros pagaban. La calidad moral y cultural de los maestros era muy bien cuidada y aún en pequeñas poblaciones o simples campos, las escuelas estaban dirigidas por verdaderos eruditos. El conocimiento del latín no era inusual. Aquí encontramos la base de la grandeza inglesa: educación, disciplina y orgullo nacional».

Esperamos que las familias ricas dominicanas ayuden al Estado y siguiendo el modelo inglés, y donen escuelas técnicas con su respectivas subvenciones económicas para que todo el país quede bien vacunado contra la ignorancia, lo que hará disminuir de seguro los actos de corrupción y de violencia que hoy invaden toda la sociedad dominicana.

Exhortamos a todos los líderes públicos y privados que recuerden que ellos son los modelos a seguir por los jóvenes dominicanos que están llenos de aspiraciones y que viven observando conductas sociopolíticas de sus respectivos líderes comenzando por sus propios padres y si actúan de manera ejemplar serán seguidos por esas jóvenes generaciones, a quienes no debemos defraudar y más bien debemos vacunar con una fuerte dosis de labor educativa y así tendremos un país mejor donde reinará la honestidad, la paz, el espíritu de trabajo y el amor entre todos los hombres y las mujeres de buena voluntad, siempre que tengan una buena educación.

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