Bertha Lebrón enfrenta avatares con aire sereno
Un vendedor callejero es todos los vendedores que pueblan las vías, no hay distinción para el transeúnte, que en su prisa los ve y clasifica en uno mismo. Pero nada más falso.
Cada uno de estos seres humanos tiene una historia, un sello que lo marca, un nombre propio. Como el de Bertha Lebrón, por ejemplo, vendedora de té, café, chocolate y arepa, cuya jornada diaria empieza a las 4: 00 de la mañana.
A esa hora comienza a preparar los productos que exhibirá en un rinconcito cercano a la intersección de las avenidas Máximo Gómez y Simón Bolívar. Ahí cerquita de la parada de guaguas a San Cristóbal, para más señas.
A las 6: 00 la mujer de 60 años ya está sentada en su puesto. Mas no siempre fue así. En ese lugar solo lleva dos años. Por siete años recorrió las calles con la mercancía a cuestas. Salía desde Los Guaricanos, Santo Domingo Norte, a peinar sectores capitalinos.
Eso hasta que los controles de ruta le ofrecieron ese sitio para que su travesía fuese menos pesada.
De este modo, aligera un poco la carga que ha llevado toda su vida. “Desde jovencita trabajé en casa de familia, pero los trabajos escasearon por mi edad y tuve que echar mano a este negocio para sobrevivir”.
Sobrevivir, esa palabra es clave en su existencia. Bertha Lebrón quería hijos “pero Dios no me los dio” y su compañero, Francisco del Carmen, de 74 años, después de trabajar décadas como conserje fue pensionado con RD$8,000 mensuales. Juzgue usted.
Sin embargo, estos avatares no derrumban su ánimo, no, qué va. Por eso la verá en su rinconcito siempre serena, afable, dispuesta a servir.