Muchas son las expresiones con las que, frecuentemente, nos convencemos de que estamos bien: yo creo en Dios, si no fuera por El cualquier camino que te lleve a El es correcto, lo importante es que no mato, no robo, no hago lo malo.
Sin embargo, conocer a Dios es mucho más que esto. Es entender que existe un solo Dios, que es el Alfa y la Omega, el primero y el último, el principio y el fin, que está en control siempre, en medio del dolor, de la tristeza o cuando las cosas no marchan conforme a nuestros deseos. Es vivir en actitud de humildad, mansedumbre, demostrando amor, aun frente a quienes, conforme a nuestra humanidad, no lo merecen.
Es dejar el egoísmo para darnos a los demás, con un corazón alegre, sabiendo que es mejor dar que recibir, servir que ser servido. Es morir a la autosuficiencia y al protagonismo, renunciar a nuestros derechos para cederlos a los demás, conocedores de que nuestra recompensa viene del cielo. Es vencer con el bien el mal, muriendo al deseo de venganza. Es derribar todo lo que ocupa el primer lugar en nuestras vidas para hacer del Señor lo más importante. Es a Dios encomendar el camino y no apoyarse en el propio entendimiento. Es echar sobre el Señor la carga porque El tiene cuidado y sabe la necesidad de cada ser humano.
Es transitar por esta tierra creyendo que, por amor a la humanidad, Dios envió Su Hijo a morir en una cruz, a derramar su sangre, para que pudiésemos ser salvos. Es creer que Jesús vive y que podemos clamar a nuestro Padre. Es, con todo, regocijarnos en Dios, en Aquel que tiene el poder de convertir lo que recibimos como malo en bueno y usarlo como instrumento para que Su plan en nuestras vidas prospere.