Madrid. EFE. Conocidas sí que son hace mucho tiempo: ya las tenían los babilonios, los macedonios… Pero una cosa es que sean conocidas y otra que se les tenga aprecio. Y no es el caso: las acelgas no figuran, seguro, en la lista de verduras que más gustan.
Viene de lejos. Ya en 1611 Sebastián de Covarrubias, en su Tesoro de la Lengua Castellana o Española, dice de ella: no es comida de suyo muy sabrosa, además de no ser de mucha sustancia. Una lástima, porque ya decimos que es una verdura que lleva mucho tiempo entre nosotros y que es hasta bonita, con su combinación de blanco y verde claro. Pero…
Pertenece a una familia muy variopinta, la de las quenopodiáceas, en la que también encontramos cosas tan dispares como la espinaca, esta sí bien apreciada, la remolacha (deberíamos decir las remolachas, forrajera y azucarera) o la quinua…
No carece de virtudes terapéuticas, descubiertas, cómo no, por los árabes, de quienes procede su actual nombre en español. También se le llamó beta, y en catalán su nombre es bleda. Bueno, pues hay otra verdura que se llama bledo, tan quenopodiácea como las acelgas. Volviendo a Covarrubias, nos dice que son de suyo desabridos, si no los guisan con aceite, agua, sal y vinagre y especias. De todos modos, la fama les llegó a los bledos por el cine, cuando quienes escribieron los diálogos en español de Lo que el viento se llevó pusieron en boca de Reth Buttler la famosa frase de francamente, querida, me importa un bledo, en respuesta a la pregunta de Scarlett O’Hara sobre qué iba a ser de ella.
Por cierto: en la versión original no se habla para nada de bledos ni de acelgas… y, por mucho que se haya dicho, esa no es la última frase de la película, sino después de todo, mañana será otro día, de la propia Scarlett.
De todos modos, el bledo es uno de esos elementos de comparación que se usan para señalar que se tiene a algo en poco aprecio.