Desde épocas pasadas hasta los presentes días el deporte ha sido una manifestación esencial en la vida social y cultural de las naciones. Entre sus aportes se destaca su rol protagónico en momentos de tensiones y conflictos, como factor para la paz y las buenas relaciones. El hecho más reciente ocurrió con ocasión de la celebración de los Juegos Olímpicos de Invierno de Pyeongchan, donde las delegaciones de las dos Coreas (Sur y Norte) países divididos desde 1948 por guerras entre potencias hegemónicas, en un gesto admirable de hermandad, desfilaron de manera conjunta en la ceremonia inaugural.
Muy elocuentes fueron las palabras en la apertura, del presidente del Comité Olímpico Internacional, el alemán Thomas Bach, al afirmar que con la marcha conjunta, los coreanos mandan un mensaje poderoso de paz y esperanza al mundo. El presidente surcoreano, Moon Jae-in, recibió a la comitiva enviada por Pyongyang que estuvo encabezada por el presidente honorífico, Kim Yong –nam y Kim Yo-jong, hermana del mandatario norcoreano. Entre los invitados de alto nivel estuvo Mike Pence, Vicepresidente de los Estados Unidos.
En los Juegos Olímpicos de la antigua Grecia, dedicados al dios Zeus, el certamen tenía un carácter tan respetable, que durante su realización estaban prohibidas las guerras entre las ciudades-estados mediante el cumplimiento de la denominada Tregua Sagrada. Uno de los pocos casos de violación, ocurrió en el año 420 a. C. en la 90 Olimpiada, cuando los Espartanos fueron expulsados, originándose un conflicto que terminó después que los Espartanos tuvieron que pedir disculpas a los Eleos.
Gracias al poder unificador y de buenas relaciones al través del deporte, se ha creado un ambiente de distensión, y tras una reunión oficial del más alto nivel de las dos Coreas, se acordó que el Norte detendría los ensayos armamentistas, mientras se celebren las conversaciones. Kim Jong Un, se ha mostrado dispuesto a reunirse con Donald Trump, tras diligencias de Seúl en procura de un entendimiento aunque no será una negociación de paños y manteles.
Uno de los logros de resonancia histórica que todavía se recuerda a través del deporte, sucedió a principios de la década de los 70, denominado como La Diplomacia del Ping Pong, que fue la clave para que los Estados Unidos y China comunista, acérrimos enemigos sin relaciones diplomáticas, lograran grandes lazos de amistad.
Otro de los casos más emblemáticos del deporte como instrumento formidable para la paz y la unificación de los individuos y los pueblos, fue obra del inolvidable líder Nelson Mandela, autor de la siguiente frase: “Los Deportes tienen el poder de cambiar el mundo”. Cuando llegó a la presidencia de Sudáfrica, después de estar encarcelado injustamente por 27 años en una horripilante mazmorra, su nación fue anfitriona de la Copa del Mundo de Rugby en 1995.
Una buena parte de sus seguidores se quejaron diciéndole que no se justificaba apoyar al equipo nacional, los Springboks, porque era visto como un juego para blancos en Sudáfrica durante el aparheid. Se enfrentaban el equipo de Nueva Zelandia, el campeón vigente y favorito a revalidar su cetro.
Mandela salió al campo ante una multitud de 65,000 personas, el 95% blancos, vistiendo la camiseta de los Springboks, el viejo símbolo de la opresión, amado por sus carceleros. La multitud rompió en coro que aumentó cada vez más fuerte, ¡Nelson, ¡Nelson, ¡Nelson, según el escritor John Carlin.
Dos horas después, las imágenes se reprodujeron por cientos de miles cuando la nación arcoíris se impuso a Nueva Zelandia, obteniendo el título de campeón mundial, lo que generó grandes celebraciones e incrementó la armonía colectiva y el orgullo de una nación que necesitaba con desesperación la reconciliación, gracias al inigualable poder del deporte.