Fue una confirmación, precedida de un presentimiento y anunciada por nuestra historia. La decisión flotaba en el ambiente, en las conversaciones, en la prensa, y en las comunicaciones y declaraciones de los empresarios y de la Iglesia. Al escuchar la homilía navideña del Cardenal, lo confirmé. Una vez más, los poderes habían pactado. El imperativo legal quedaba suspendido.
Tanto las asociaciones empresariales como la Iglesia Católica, en sus declaraciones de temporada, hicieron énfasis en el control de la delincuencia – muy bien hecho – pero dejaron de mencionar la corrupción. Esa fue la señal. Concluyeron, una vez más, que les conviene el borrón y cuenta nueva. No quieren entorpecer el buen gobernar de Danilo Medina, ni desequilibrar la economía.
Al presidente se le deben ir tapando los baches de la escabrosa cuesta que comienza a escalar en el nuevo año. Al parecer, hará transformaciones importantes. Entonces, pensando como el Gato Pardo de Lampedusa, quieren dejar que se produzcan cambios para dejarlo todo igual.
Si el gobierno lo hace bien, y el pueblo se traga el paquetazo, el status quo seguirá viento en popa. Hacer justicia, perseguir a los corruptos, protestar en las calles, es un peligro; un desorden social que pondría en juego sus intereses. Una vez más, la moral de la nación y los intentos de hacer justicia deberán posponerse en aras de unos negocios y una gobernabilidad que, al decretar la impunidad, se convierten en cómplices de delito.
Una vez más, la Iglesia, gran maestra de tratativas, cede y se acomoda en la triada del poder. Quiere continuar con sus privilegios y su concordato y, para lograrlo, se olvidará de los ladrones de palacio y se ocuparán de los de a calle. Volverán a recordarlos cuando les convenga. Estos pactos, milenarios y universales, defienden intereses contantes y sonantes repartiéndose las cuotas de poder. Los poderosos intentarán salirse con la suya. Una vez más, se unen, intentan mantener dormidos a los perros para que no muerdan.
No obstante, un par de meses atrás, surgió la esperanza. Pensamos que la juventud, algunas agrupaciones políticas, y líderes emergentes que se presentaron como diferentes, lograrían compactar una fuerza reivindicadora y moralizante; un cuarto poder. Sin embargo, una vez más, la guerra de los egos, las ambiciones personales y la incapacidad de concertación, van dando al traste con el proyecto. Aquí, cada cual va a lo suyo; todos quieren ser presidentes, prima donas, estrellas rutilantes. Eso del team work, de sacrificarse por la comunidad, de trabajar sin ser el Jefe, es cosa de otros líderes y de otros pueblos. Las causas personales van derrotando las generales.
Sin embargo, la historia nos dice, y lo demuestra continuamente, que sin culpables, sin justicia y sin verdades, no cambian para bien las sociedades. Enseña, que las fiestas de monos terminan a rabazos. Nosotros no seremos la excepción. Pero, una vez más, el sopor del hartazgo, la ceguera de las ambiciones, y la conveniencia coyuntural, impiden vislumbrar la tragedia.