Una vida con propósito: servir al paciente con calidad y amor

Una vida con propósito: servir al paciente con calidad y amor

Al abrir la puerta de la habitación la sonrisa de Elider le ilumina el rostro, es bálsamo para el enfermo. La vocación que impregna de humanismo su ejercicio de la enfermería despuntó siendo una niña, cuando tuvo que atender a su madre, su primera paciente.

La vocación persistió, una fuerte mística de servir con eficiencia y amor que la indujo a estudiar enfermería sorteando la adversidad de una vida que desde la infancia fue una carrera de obstáculos. Años de carencias y sinsabores que discurrieron sin perder la sonrisa, sin huellas de frustración, ningún vestigio de rencor o resentimiento.

A su sólida formación académica, la licenciada Elider Santana Ramírez suma calidez, un trato digno y respetuoso al enfermo. Rebosa amor y lo desborda en una profesión que demanda gran sensibilidad, comprensión, solidaridad, la cual ejerce impulsada por una vocación que le mantiene la ilusión de estudiar psicología clínica para optimizar el servicio, su actitud empática con las personas que atiende.

Su práctica se adscribe a modelos de enfermería con un enfoque humanista, con el objetivo de una mayor satisfacción y mejoría de la calidad asistencial en pacientes y familiares.

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“¡Mamá, no se muera!”

Apenas tenía nueve años cuando su madre, también enfermera, sufrió una crisis reumática, ocupándose la niña de su cuidado bajo la guía materna, administrarle medicamentos, alimentarla, bañarla. Una atención no sólo física, inconscientemente le dio ayuda psicológica al intuir que no mostraba deseos de seguir luchando por vivir.

Un día, la desesperación la impulsó y entre llanto le exclamó: ¡Mamá, no se muera que quiero que me celebre mis quince años¡

_ Ahora que he atendido pacientes con esa enfermedad sé lo que padecía, pero he tenido destellos de que lo que más la hizo quedarse en cama fue la depresión. Cuando la vi como desahuciándose, que no le hallaba sentido a la vida, fue que, quizás por instinto, le pedí que viviera. Después de eso empezó a movilizarse, hubo un cambio del cielo a la tierra.

___Una vez la encontré en el piso, creía que se había caído, y me dijo: No, mi hija, es orando que estoy. Y me tranquilicé.

___Ella recibió un estímulo espiritual y emocional. Una vecina, la señora Carmen Rosario, le llevó aliento y voluntad con la Palabra del Señor, y ahí conocimos a Dios. Ella se hizo cristiana, Adventista del Séptimo Día, le seguimos los pasos, un hermano y yo íbamos a la iglesia. Si estudias la Palabra de Dios siempre entenderás el porqué de las cosas.

Seis meses pasó en cama, casi un año todo el proceso en que requirió atención. Para levantarla y bañarla sus cuatro hermanos la asistían, dos adolescentes y el mayor de 18 años, quien tuvo que dejar la universidad para trabajar y mantenerlos, él cocinaba, los otros dos limpiaban. Se distribuyeron las tareas, pero cada uno tenía su momento para estar con su madre.

Tiempos difíciles en que recibieron alguna ayuda de vecinos, pero padecieron muchas privaciones, hasta les cortaron la electricidad, seis meses a oscuras.

___De los cinco hijos soy la más pequeña __dice Elider, la única hembra y un milagro, porque ella sufrió una pérdida antes de mí y desde mi concepción tuvo muchas complicaciones, no podía moverse y le salieron llagas. Hasta los últimos meses estuvo en total reposo porque podía perderme, y al saber que era hembra me sostuvo más.

Su madre la trajo a la vida hace 28 años, ocupándose de su educación a temprana edad, desde los 4 años: inicial, primaria, bachillerato, técnica en enfermería y, finalmente, la cristalización de un sueño: graduarse como licenciada en enfermería en 2023.

“Al contarme la historia de que le di aliento al enfermar, entonces yo dije: Esto es, esto es lo que ando buscando, servir a los demás es mi verdadero propósito porque Dios pone en mí palabras que no soy yo que las digo”.

“Mi madre es mi fuerza”.

___Ella es mi fuerza porque a pesar de todas las situaciones siempre tuvo esa voluntad para poder seguir, nos daba fuerza, aunque no nos lo dijera verbalmente nos demostraba que teníamos que echar para adelante.

A los 32 años, dos niños y embarazada del tercero su madre se quedó sola, su esposo era militar, tenía que trasladarse a varios lugares y se ausentó. Ella se ocupó de la manutención de los hijos a los que nunca dijo que su padre no volvería a vivir con ellos.

“Ella se ocupaba de todo, era asimilada, pero con muy escasos recursos, fue ama de casa, trabajó como auxiliar de enfermería y en una farmacia, en el hospital central de las Fuerzas Armadas, había estudiado en la Cruz Roja. Al enfermar le dieron licencia, luego la pensionaron, muy poco una pensioncita”.

Vivían en el Polvorín, Villa Mella, pese a la adversidad no dejó de estudiar, ayudándose con la venta de yaniqueques en el barrio. La escuela no estaba lejos, íban a pie, hubo personas que la ayudaban para poder seguir. “Me daban unos zapatos, los míos estaban rotos y le entraba agua”.

Cuando Elider tenía 13 años tuvieron que irse a vivir con un tío a Baoruco. Regresaron y logró graduarse del bachillerato. “Mami estaba orgullosa de mí. Entré a la academia pero tuve que salir, me dio un choque de calor, una deshidratación corporal. Yo tenía que ser un orgullo para ella y al no poder seguir me sentí deprimida. Ella me alentó: No te vas a quedar aquí, vas a trabajar, a estudiar, vamos a aplicar el plan B, estudiar enfermería, casarse, tener hijos.

Elider, madre de dos niños, varón y hembra, estuvo un año en la universidad estatal, no le agradó y se propuso trabajar para estudiar en la Universidad Católica de Santo Domingo. “Mami me dijo que si no conseguía trabajo me ayudaría y me dio el dinero para inscribirme. Con mi formación de técnico en enfermería en el politécnico militar en 2013, y la ayuda de una vecina, Grecia Grechi, entré en 2016 a Cedimat (Centro de Diagnóstico y Medicina Avanzada)”.

Se sentía en éxtasis al lograr ambos anhelos. Mas, al principio fue complicado ajustar el horario.
“Entré algo disociada por el tiempo sin prácticas de enfermería. Se me dificultó, casi todo era nuevo para mí. También comencé a estudiar en una universidad donde casi todo es tecnología y en mi casa no había una computadora, nunca podía hacer cursos quería estudiar inglés. “A principios se sentía nerviosa y trataba de hacer las cosas y no me salían”.

Lo superó pronto con el esfuerzo, la voluntad que aprendió de su madre. Y al conocimiento, a su cálida eficiencia, le acompañan la confianza, la ecuanimidad. Al abrir la puerta de la habitación, entra una Elider sonriente, serena.

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