Una vida entre sabores criollos y mediterráneos

Una vida entre sabores criollos y mediterráneos

Entusiasta chef abre su corazón dejando ver su destacada trayectoria en la cocina y muestra también su lado más humano

El arte culinario es un mundo admirable de fusión de texturas, estilos, sabores, aromas y colores que muy bien supo descubrir y conquistar la carismática chef Ana Lebrón, orgullo y talento dominicano.

Su pasión por la gastronomía encontró su origen en la cocina de su querida abuela italiana Fulvia. Aquí, cuenta, fue concibiendo su interés por los alimentos, mientras la ayudaba a crear ñoquis y raviolis, que para ese entonces era para ella como jugar con masilla. “Terminábamos llenas de harina y así comíamos. Era un festín” dijo sonriendo para “Rostros”.

A simple vista Ana se muestra como una mujer de temple, segura de sí misma, de sonrisa tierna y sincera, de trato muy afable y llena de sentimientos, sentimientos que traspasa a sus platos a los que define como fusión de la cocina dominicana y mediterránea. “Llevo el orgullo por lo nuestro y de todos los países en que he tenido el privilegio de vivir y visitar. La cocina no es más que un balance en cada uno de los ingredientes conformando el vals perfecto”.

¿Un plato favorito? Su paladar no tiene límites en cuanto a un solo plato favorito se refiere, tal como era de esperarse de toda una chef que aprecia el buen comer. “Aquel plato que está hecho con todas las de la ley y está en el punto, ese día es mi plato favorito.“Un día de lluvia mi plato favorito es el sancocho, un día festivo es el chenchén con chivo guisado”.

Y como buena dominicana, Ana es loca con el arroz blanco y un moro bien salseado, guineítos, berenjenas, plátanos verdes y maduros y “las habichuelas que no le falte ese toquecito de vinagre para potencializar los sabores y la cucharada de leche para balancear la acidez”, enfatiza.

No deja de lado sus raíces italianas y entre sus platos insignias destaca la típica cazuela de lentejas ancestrales con cotechino y ahumados, “una verdadera delicia”

Carrera exitosa. La cocina se convirtió para Ana en el lienzo de su vida, donde encuentra su mayor expresión para dejar volar su arte en la preparación vistosa de los alimentos, logrando ser reconocida por su versatilidad y ostentar valiosos premios internacionales en competiciones de cocina individual y en equipo, poniendo en alto nuestra bandera tricolor.

“Tengo varias medallas, pero ninguna como las olimpiadas en Alemania, esa es la medalla más grande del mundo”, aseguró Ana en relación a su destacada participación en el Ika Culinary Olympics, en medio de 154 talentos culinarios, resultando ganadora de medalla de oro en la categoría “Culinary Art Individual”, nunca alcanzado por mujer, ni por latino y siendo el quinto puesto en el mundo.

“Cuando escuché mi nombre y luego la palabra oro, me tembló todo el cuerpo, mi corazón quería salir, es como ir a Neptuno y regresar, y a eso agrégale la chulería de la fama –ríe- pero la fama es pasajera, lo importante es dónde te colocas tú misma y eso no tiene precio”.

La osadía, la perseverancia y la fe han conformado 30 años de trayectoria, aun incluso sin detenerse en medio de la realidad actual que enfrentamos con el virus de la covid-19.
Es una época de reinvención y optimismo para Lebrón, quien ha tomado esta crisis sanitaria como aprendizaje para mejorar. “Hemos aprendido, hemos mejorado, hay que dar más, esta pandemia nos ha sacado del área de confort y eso siempre es bueno”.

Gourmet by Ana Lebrón. En el año 2002 Ana emprende este servicio de catering, cuya entrega de día a día, tesón y de calidad, le han permitido y sustentado cada uno de sus sueños de crecimiento como chef.

Su agradable personalidad y empatía hicieron prosperar en un santiamén este negocio, porque para Ana el trato personalizado es uno A. “La rutina dentro de la pandemia aun me está costando, ya que la clave de mi negocio es el hecho de entablar una relación de amistad que me ha permitido tener una cartera de clientes que tiene conmigo más de 15 años en el servicio diario. Y esto solo se logra con una maravillosa relación cliente-suplidor”.
Es también una mujer agradecida y por eso expresa que ha contado con las manos solidarias, durante su carrera, de Esperanza Lithgow, Luis Ros y Esther Vega.

¿Piensas alguna vez abrir tu propio restaurante? Y la respuesta no se hace esperar: “Sííí, a su tiempo. Estoy evaluando la posibilidad para que, al igual que la competencia, pueda ganarme un oro, pero no te creas que el oro va por lo ostentoso, no busco un concepto ganador, más bien simpleza y buena comida”.

Mujer, hija y madre, antes que chef. Ana, la mujer, es de aquellas que presume vivir los valores éticos a la antigua. Le gusta leer, ver series y meditar los porqués, hacia dónde vamos, le apasiona el universo y la historia, la física cuántica, la Biblia, su interpretación y la superación.

Y no es de su agrado la gente salida del “tiesto” o que den notas discordantes, entendiendo que todo tiene su tiempo y momento y hay que saberlos aprovechar.

Disfruta la música clásica, la ópera y las baladas.

Ama Italia y sueña con vivir allá. De hecho, Ana escogió como su media naranja al italiano Giovanni Gregis, estuvo casada felizmente hasta que hace 16 años este falleció repentinamente a causa de un aneurisma.

De esta relación, la vida le concedió la gracia de procrear a su hija Piera, hoy una hermosa joven de 19 años. “Es el mejor regalo que me ha dado Dios. Estudia arquitectura. Es muy buena en todo lo relacionado con arte. Su página “Archiruzzi es envidiable”.

Confesó que “ya con el negocio y la crianza de Piera no volví a casarme, pero pregúntame ¿y ahora tienes planes? y te contesto que ya creo que es tiempo de dedicarme a mí antes que llegue la oxidación” –ríe-.

De los lugares que le encantaría visitar y conocer cita Turquía, Marruecos, el Tíbet, Japón, Corea y Sudáfrica.

Familia de cuatro. El 18 de marzo de 1968, Ana se convierte en la primera hija de Juan Fernando Lebrón Bancalari, ingeniero, y Teresa Smeters, familia que luego se ve completada con la llegada de Lilith, su única hermana con la cual se lleva muy bien. Su casa de niña en Arroyo Hondo, sigue siendo hoy en día su domicilio.

A don Juan lo recuerda con añoranza al definirlo como un buen padre antes de ser llevado por la enfermedad del cáncer. “Fue el mejor papá del mundo, simpático, divertido, trabajador y me dio muchas enseñanzas. Él decidió vivir y hacer feliz a todos en su entorno. Ya nos veremos algún día”.

A doña Teresa la describe como súper solidaria, con muchos valores, inteligente, “ella es la de las reglas, la varita, y es muy canera y abierta. Con mami se ha podido hablar de todo”.

Si algo recuerda recurrentemente de su infancia son los viajes a Palmar de Ocoa, donde le gustaba pescar y salir a comer helado con su papá.

También la marcó para siempre las llegadas en Navidad de sus abuelitos Federico y Ana Rosa, en aquel entonces embajadores del país en Francia, quienes traían en su equipaje quesos y chocolates “y mi muñeca parsina, como la llamaba queriendo decir parisina” -ríe-

Una chef caribeña. Sin duda que tanta “chulería” en una persona como Ana es porque lleva en su ADN la dominicanidad.

De su país le gusta y comparte la alegría y versatilidad de su gente. “Oye, nos dan un limón y hacemos la mejor limonada”, expresó.

Si pudiera cambiar algo en RD, Ana lo tiene clarisímo: “me gustaría más educación y más oportunidad para la pequeña empresa, que exista más respeto, que no se tire basura en las calles y que se piense más el bien común”.

Mis platos, son como la fusión de la cocina Dominicana y mediterránea. Es una cocina de sentimientos, que lleva el orgullo por lo nuestro y lo de mis ancestros, va impregnada de matices de todos los países que me ha tocado vivir o visitado.

Aquel plato que está hecho con todas las de la ley y está en el punto, ese día es mi plato favorito. La cocina no es más que un balance en cada uno de los ingredientes conformando con armonía el vals perfecto

Publicaciones Relacionadas

Más leídas