Una vida esperando la muerte

Una vida esperando la muerte

Se ve el interior de un cuartucho. En los laterales la madera está desvencijada. La techumbre es hojalata en estado de oxidación. Una imagen del Sagrado Corazón de Jesús con el color desgastado cuelga entre aquella estrechez. Al frente un anciano le pide con fe.

 Los rayos de luz que entran por las innumerables rendijas presentan a ese hombre en blanco y negro. Durante muchos años fue un trabajador de la caña. Ahora solo es un despojo humano, un ser que solo respira ayudado por la esperanza. Ese es un retrato fiel de una realidad al desnudo. Con esa metáfora de los bateyes termina el documental “Esperando la muerte”, de Tony Pichardo.

Se trata de un drama viejo presentado en un documental nuevo. Los ojos del espectador se llenan de indignación al ver cómo tienen más de veintidós mil hombres “esperando la muerte”. Dedicaron la vida entera a ser trabajadores cañeros. Solo hicieron eso durante 30, 40, más de 50 años. Cortaron caña bajo un sol calcinante o soportando torrenciales aguaceros. Extendían esa labor en las noches de luna o estrelladas. Subieron toda esa caña cortada a la carreta. Aprendieron a amar a los bueyes hablándoles en tono imperativo.

Vivieron en carne propia la tragicomedia del peso, allí donde más le crecía impotencia. En ese momento el pesador, ante sus propios ojos, al pesar la caña cortada durante el día, por cada tonelada de mil libras les arrancaba dos o trescientas. Y luego con ese sabor amargo era preciso mudar la caña de la carreta a los vagones. En eso se les fue la vida y les vino la vejez.

Ahora todos  son ancianos. Algunos están ciegos o tuertos. Otros mancos o mochos. Están enfermos. Tienen la enfermedad de la vejez, del abandono, de la impotencia. Durante todo el tiempo que trabajaron, religiosamente, el día del pago aparecía el descuento del Seguro Social. Nunca dejaban de darle ese otro zarpazo. Para hacer esa deducción sí los conocían.

Cada semana, cada quincena, cada mes sí sabían sus nombres y sus apellidos. Y de esos nombres y de esos apellidos el Seguro Social les descontó toda una fortuna.

 Los braceros no decían nada: eso era para la pensión que les devolverían en un tiempo remoto. Ya hace años que les llegó ese momento, les vino la vejez, y ellos siguen en el paraíso de la miseria de siempre que habita en los bateyes.

¿Despojos creados por la indiferencia?  Son todos esos trabajadores que ahora viven tirados en cuartuchos de barracones esperando la pensión del Seguro Social como el único hálito de vida. Solo que ahora les piden actas de nacimiento, o cédula, o pasaportes.

Les requieren documentos que nunca les solicitaron para ponerlos a trabajar. Tampoco se los reclamaron para hacerles los descuentos de sus salarios de miseria. Ellos, que enriquecieron al Consejo Estatal del Azúcar, lo que es decir al Estado, y también a los colonos, ahora no tienen quién les responda. Es el peor abuso de poder. Es la peor violación de los derechos humanos.

  Cada una de esas vidas,  es moribunda. Son verdaderos zombis de un sistema indolente. Las palabras expresadas por una empleada del Instituto Dominicano del Seguros Sociales son estocadas de indiferencia.

 “Estamos esperando que depositen sus documentos para comenzar a trabajar”. ¿Entonces hacían los descuentos a gente indocumentada? ¿A gente sin nombre y sin apellido? No.

Todo el que se ha vinculado al mundo de los bateyes sabe que para cortar caña solo basta con que le den una ficha. Esa ficha la dan sin más ni más. Viven aferrados a esa ficha como su única tabla de salvación. Esos son sus papeles.

Zoom

 Una luz al final

Los trabajadores afirman que hace entre 10 y 15 años que depositaron las fichas, que son también sus únicos papeles. El único dejo de esperanza  está en las palabras de Francisco Domínguez Brito, ministro de Trabajo. Dice que es necesario “crear un mecanismo fácil, ágil, para resolver esa situación”. Todo el que ve el documental, como el bracero que está ante la imagen desgastada del Sagrado Corazón de Jesús, le ruega a esa divinidad por el cumplimiento de esas palabras y que por fin se haga justicia social.

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