Una vieja carta llega por segunda vez

Una vieja carta llega por segunda vez

JOSÉ BÁEZ GUERRERO
Distinguido periodista: Logré conocimiento gracias a un candidato al Ph. D. oidor de mis cátedras estivales en Londres, quien me los ha remitido como un archivo PDF por correo electrónico, de una serie de artículos publicados en ese periódico acerca del Dr. Iñigo Montoya, de la autoría suya.

Sus publicaciones confirman que la corriente de simpatía y admiración hacia este complejo personaje acusa un incremento vertiginoso en todo el orbe civilizado e inexplicablemente, hasta en las márgenes insulares del mismo. Con respecto a su artículo titulado «Iñigo de incógnito en La Romana», publicado recientemente, le informaré que efectivamente el Dr. Montoya visitó esa dulce ciudad por una confluencia de razones, al tiempo que se efectuaba allí una «Cumbre», algunos de cuyos protagonistas simpatizan con los postulados del Dr. Montoya y frecuentemente le consultan antes de tomar decisiones trascendentes.

Soy yo, el autor de esta carta, la persona quien acompañaba al Dr. Montoya cuando éste cenaba en el famoso restaurante «La Casita». Permítame tomar excepción, o más propia y castellanamente, protestar por la caracterización de mi persona como «un señor con aspecto de físico nuclear retirado». La mayoría de éstos son ciudadanos desempleados de países de Europa de Este, cuyos interés y conocimiento por los aspectos humanísticos de las diversas culturas alcanza apenas la magnitud de unos cuantos átomos estables. Están además, estigmatizados por su afán de emigrar a Buenos Aires, y lucen casi siempre como los homeless de Nueva York.

Yo, en cambio, aunque nací en Bélice, tuve la oportunidad de compartir parte de mi formación académica con mi buen amigo el Dr. Montoya, cuya pasión por el buen comer y otros placeres mundanos contrasta agudamente con su bien ganada fama de erudito en varias ciencias y otras tantas filosofías. Iñigo Montoya y yo estudiamos juntos en la preparatoria y luego durante el primer año de universidad, hasta que mi inquietud por adentrarme en el conocimiento de la filología esotérica nos separó en el hacer. Nuestra indefectible amistad, sin embargo, ha persistido al través de décadas y distancias, inquebrantablemente.

Por tener un conocimiento de primera mano del carácter y personalidad del Dr. Montoya, es que me permito escribirle desde mi hogar en la remota costa suroeste de Nueva Guinea, donde resido durante los meses de invierno, dedicado a la medición de los impulsos telepáticos de los infantes aborígenes, en cuyas frecuencias he logrado identificar una correlación casi exacta con ciertos rasgos de la antigua gramática catalana, un fenómeno que se me ocurre puede servir de base para brindarle aún mayor apoyo empírico a las nuevas teorías sobre el orden perfecto del caos y la imposibilidad matemática del azar.

Cumplo, pues con advertirle que en lo sucesivo deberá usted por favor tratar de ser sumamente cauto al publicar referencias al Dr. Montoya o sus libros. Las consecuencias legales que eventualmente podrían derivarse de alguna reproducción, o traducción al castellano, de la obra «Propinquity of Self», aparentemente la única del Dr. Montoya conocida por usted, podrían comprometer al director responsable del medio.

He de aprovechar la ocasión de esta correspondencia para referirle que, obviada la naturaleza engorrosa de la misma, me alegra entrar en contacto nueva vez con los dominicanos. Hará más de un tercio de siglo, en circunstancias distintas pero a la vez tan parecidas, tuve la oportunidad de residir brevemente en ese incomprendido país, que siempre recuerdo con agrado. La experiencia evitó mi asombro ante la exactitud y celeridad con que fueron publicados los detalles de una conversación de carácter privado, veo que muchas cosas no han cambiado.

Quizás en otro momento me anime a compartir estos recuerdos con usted. Baste, por ahora, recordarle a usted, señor Báez Guerrero, los bellísimos versos en sánscrito citados por el Dr. Montoya en «Propinquity of Self, los cuales deberán bastar para que atienda mis advertencias: «Hay más de un camino hasta el fondo de la verdad,/ hay uno frente a tus ojos y la luz te lo señala,/ no desvíes la vista y escudriña en el espejo,/ el agua rompe la imagen, el reflejo roto muere».

Muy atentamente,

Dr. Sotolongo Armstrong

j.baez@codetel.net.do

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