Una opinión muy extendida en todo el mundo es la que considera la intervención militar de los Estados Unidos, Inglaterra y España en Irak como un atropello concebido y ejecutado por esas grandes potencias con el deliberado propósito de apoderarse y de controlar las riquezas petroleras de ese país.

Los motivos alegados por los gobiernos de esos países para intervenir en la antigua Mesopotamia resultaron ser falsos: El régimen de Sadam Husein no disponía de armas de destrucción masiva ni tenía contacto orgánico con los terroristas de Al Qaeda. Ni tubo nada que ver con lo ocurrido en los Estados Unidos aquel 11 de septiembre.

Mario Vargas Llosa escribió sobre la vida cotidiana en Irak. Sus artículos compilados en el libro «Diario de Irak» fueron publicados en el periódico «El País» de Madrid y reproducidos en otros importantes medios de comunicación de la América Española.

El laureado escritor peruano cree que su trabajo periodístico de propaganda política hará variar la opinión pública mundial sobre los verdaderos motivos de la intervención de los ejércitos de la coalición en Irak.

Este redactor le pareció el reportaje del laureado escritor peruano como una especie de ocurrencia sustentada en un cúmulo de falsedades.

Cuando en julio de 1936, los militares fascistas encabezados por el general Francisco Franco se sublevaron contra el gobierno legítimo del Frente Popular, el pueblo español fue abandonado a su suerte por los mandatarios de los Estados Unidos e Inglaterra. Y, aunque en menor grado, también por el de Francia.

Mientras las democracias se mostraban indiferentes, Hitler y Mussolini intervinieron en la guerra civil española, enviando en ayuda de la sedición nutridas unidades militares, tanques, aviones y buques de guerra.

El gobierno republicano español no disponía de armamentos suficientes para defenderse; y cuando se dispuso a comprarlos para librarse de las acometidas de los militares fascistas, los gobiernos de las llamadas democracias se negaron a vendérselos.

León Blum, presidente del gobierno Francés, era partidario de ayudar al gobierno de la República española; pero, como Francia estaba muy necesitada de la cooperación de Inglaterra para contener a Alemania, el mandatario galo tuvo que acogerse al principio de la No Intervención.

Tratando de evadir las presiones de su colega inglés Neville Chamberlain para que Francia no interviniera en el conflicto español, León Blum, recurrió a prácticas oficiosas de ayuda solapada a los republicanos españoles. Para ello, el mandatario galo se valió de uno de los grandes de las letras francesas del siglo pasado: André Malraux.

El tristemente célebre Primer Ministro inglés, Sir Neville Chamberlain, era un furibundo partidario de la cooperación anglo-alemana.

Tan pronto André Malraux supo de lo que estaba ocurriendo en España, se entrevistó con el Ministro del Aire francés, el general Pierre Cot, para organizar, como en efecto hizo, una cuadrilla de aviones que operaría en territorio español al servicio del gobierno legítimo de la República.

Los pilotos y el personal de mantenimiento de la Escuadrilla de Malraux unos eran franceses voluntarios; otros internacionalistas al servicio de la causa de la democracia; y, por qué no decirlo, algunos eran mercenarios.

La resistencia en París del laureado escritor francés se convirtió en una oficina de reclutamiento oficioso de combatientes voluntarios por la causa republicana y de profesionales de la guerra.

André Malraux no visitó a la España republicana en planes de turista. Además de un animador cultural, Andrés Moreaux fue un combatiente de primera línea. Sin disponer de experiencia en la materia, el célebre hombre de letras francés se vio en la tesitura de agenciarse combatientes voluntarios y de contratar pilotos de guerra para penetrar en España y combatir en el bando republicano.

André Malraux fue en realidad un héroe, «más que muchos héroes de novela y no menos que los héroes de sus propias novelas».

Mario Vargas Llosa, con cierto dejo de cinismo, se refiere en su reportaje a los obstáculos que tendrá que sortear el pueblo iraquí para hacer de su desvastado país una nación moderna, próspera y democrática».

Este redactor tenía entendido que el complejo industrial iraquí, incluyendo su pujante industria petrolera, había sido destruido por los misiles y por las bombas BGU de 900 kilos arrojadas por los cazabombarderos Hornet de la Armada estadounidense; por los tanques Abrams y por los helicópteros Apache del Ejército estadounidense. Que la milenaria ciudad de Bagdad, al igual que otras importantes ciudades iraquíes, había sido desvastada por las bombas arrojadas por los aviones de los ejércitos de la coalición.

Mario Vargas Llosa reproduce en su libro «El diario de Irak» algunas entrevistas con personas comunes y corrientes quienes le dijeron al afamado escritor que los mayores daños a las industrias, a las viviendas fueron ocasionados por las acciones vandálicas de unos tales Alí Babas.

¿Quiénes eran los Alí Babas? De acuerdo con la versión del célebre escritor peruano, eran delincuentes que Sadam Husein había liberado de las cárceles para conmemorar su reelección como presidente por el cien por cien de los votos, en las elecciones celebradas el 15 de octubre de 2002.

¿Quiénes permitían o inducían a los tales Alí Babas a cometer acciones de pillaje y a saquear propiedades públicas y privadas?

Cables noticiosos de la agencia española de noticias (EFE) dieron cuenta que las tropas de los Estados Unidos que controlaban la mayor parte de los barrios de Bagdad nada hicieron para impedir el pillaje y los saqueos masivos.

Los mentados Alí Babas estaban muy enterados del acontecer político mundial. No fue por casualidad que esos malhechores también saquearan la embajada de Alemania acreditada en Bagdad y el Centro Cultural Francés situado en esa misma ciudad.

¡Qué necesitados están los pueblos libres del mundo del apoyo moral de André Malraux, Ernest Hemingway, Pablo Neruda, Albert Camus, Jean Paúl Sartre, Silvano Lora y de otros intelectuales identificados con la causa del progreso de la humanidad!