La crisis en Haití ha llegado a un punto de inflexión con la renuncia del primer ministro Ariel Henry, que fungía como el único vestigio de institucionalidad en ese país. La conflagración interna que vive la vecina nación, amenaza con la balcanización de ese territorio donde el dominio del Estado colapsó ante grupos irregulares. Sin embargo, la comunidad internacional ha hecho caso omiso al llamado insaciable que ha realizado el Gobierno dominicano, obviando los peligros que esa crisis representa no solo para la seguridad nacional del Estado dominicano sino para la del propio Estados Unidos, ya que en Haití existen ramificaciones de grupos fundamentalistas islámicos, y ese territorio es el punto perfecto de ebullición para el fundamentalismo por dos factores fundamentales: la falta de control de dominio del territorio y la miseria extrema que allí impera. Sin dudas, esto podría tener un impacto significativo en el mapa geopolítico, y, por consiguiente, no debe verse como un caso aislado por parte de la comunidad internacional.
El Gobierno dominicano, encabezado por el presidente Luis Abinader, ha manejado la crisis con tacto y sapiencia política. Primero, no permitió que el Gobierno haitiano encabezado por Ariel Henry, ejerciera control y legitimidad desde el territorio dominicano. Segundo, ha tomado medidas contundentes a través del Consejo de Seguridad, donde se propuso continuar con las deportaciones de ciudadanos con estatus irregular en el territorio nacional y militarizar la frontera ante la amenaza de los grupos irregulares. Tercero, la presión internacional que ha llevado a cabo el Gobierno dominicano para llamar la atención de la comunidad sobre la problemática que vive Haití ha empezado a surtir efecto. El propio presidente estadounidense, Joe Biden, en su discurso ante la Asamblea General de la ONU en septiembre de 2023, hizo referencia a la situación que atraviesa Haití y exhortó a la ONU a enviar una fuerza de paz para volver a tomar el control del territorio que se encuentra controlado en su mayor parte por bandas criminales, pero hasta el momento todo se mantiene en el limbo diplomático.
Sin embargo, el Gobierno dominicano debe cambiar su estrategia en el ámbito diplomático y geopolítico con el vecino país si quiere mantener la paz y la integridad de su territorio a largo plazo. Históricamente, la diplomacia dominicana ha sido reactiva con relación al tema haitiano, y debido a la proactividad del vecino país en el campo diplomático, la República Dominicana ha sido condenada en cortes internacionales por supuestas violaciones de derechos humanos. Por tal razón, el Gobierno dominicano ante esta crisis debe ser proactivo en el campo diplomático y contratar una firma de lobistas o lobistas individuales con una gran vinculación con el Partido Demócrata de los Estados Unidos, que además tengan vínculos con el ala más liberal de ese partido. Esto ayudaría a evitar la construcción de una narrativa enfocada en la violación de los derechos humanos, ya que la actual administración estadounidense vigila de cerca estos temas, y funcionarios de alto nivel de dicha administración tienen vínculos consanguíneos con el vecino país. Dicho esto, el Gobierno debe mantener su contundencia y mostrar músculos si es necesario, solo como mecanismo de disuasión. Si las pasiones se desbordan por el uso de la fuerza, el país podría sufrir descrédito internacional por usar la fuerza ante un país más débil, lo que daría luz verde a Washington para condenarnos de manera tácita como violadores de derechos humanos, a pesar de que, de acuerdo con la norma internacional, cada país es libre de usar la fuerza para la defensa de su territorio.
De igual manera, el Gobierno dominicano debe circunscribirse dentro del marco de una operatividad diplomática que abarque actores clave y organismos supranacionales que tengan impacto en la toma de decisiones sobre la crisis. Por ejemplo, llevar el tema a la Asamblea General de la ONU fue una medida excelente. Sin embargo, eso no quita que el tema sea llevado simultáneamente a la Organización de Estados Americanos (OEA) para continuar con la presión internacional sobre el tema. En ese mismo tenor, formar una comisión que se reúna con funcionarios de alto nivel de dos de los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU, que podrían ser más hostiles al envío de una fuerza de paz debido a su encono geopolítico con los Estados Unidos, me refiero a China y Rusia. Esto sería para lograr el apoyo del Consejo de Seguridad de la ONU a esta prerrogativa, ya que, sin el consentimiento de estos países, dicha resolución no pasaría y caería al vacío dicha propuesta.
Ámbito Geopolítico
Históricamente, el pueblo y la clase política dominicana han visto la problemática haitiana bajo la obnubilación del odio por el pasado de ocupación y conflictos que tuvimos con el vecino país en gran parte del siglo XIX. Como nación, no nos hemos sentado a diseñar una estrategia geopolítica que nos permita sacar mayor provecho de esas relaciones y, de paso, mantener la integridad física de nuestro territorio e identidad como nación. Lo primero que debemos conocer es el idioma de dicho país y su cultura para entender qué piensan sobre nosotros y así poder actuar estratégicamente. En ese mismo orden, debemos tener una visión geopolítica más holística sobre nuestros vecinos. En términos económicos, militares y políticos somos una potencia hegemónica en relación con ellos; por ende, debemos ejercer dicho poder e influencia para incidir políticamente y ayudar a elegir gobiernos que sean afines a nuestros intereses, para evitar crisis como la actual.
Si en algo coinciden los actores políticos nacionales y una parte consciente de la comunidad internacional es que no existe una solución dominicana para la crisis haitiana. Sin embargo, dada nuestra condición de país periférico, estamos susceptibles ante una estratagema de los intereses imperiales o coloniales que nos quieran imponer una solución adversa a nuestros intereses. Por tal razón, si tenemos un plan geopolítico estratégico, el escenario adverso en dicha prueba de estrés sería una ocupación militar de la parte occidental del territorio para garantizar nuestra existencia; de lo contrario, pereceremos como nación.