Por ROSARIO TIFA
Las uñas largas hicieron su debut para quedarse a partir del momento en que la mujer decidió dedicarle un cuidado más esmerado a sus manos, cubiertas por décadas con guantes para protegerse del frío y asistir a los eventos sociales de grandes envergaduras.
En esas épocas la mujer con una castidad exagerada, se ruborizaba cuando el hombre pretendía observar sus manos. Idéntica actitud asumía con el resto de su cuerpo cubierto con espesas enaguas, corsé y otras piezas que llevaban sobre el vestidos de larga y amplia falda.
Las uñas regularmente las mantenían cortas, aunque bien cuidadas, como una forma de comodidad para llevar los guantes de sedas que realzaban tanto en un suntuoso vestuario de noche como unos de piel para aquellos vestidos más sencillos utilizados durante el día.
La delicadeza de las manos se imponía sin las uñas pintadas con esmaltes de colores estridentes. Sin embargo, con el paso de los años el gusto de la mujer iba variando al compás de la evolución de la moda y por consiguiente las uñas ya no lucían la palidez de antes sino pintadas predominante de rojo.
Con los años 70 empezó la moda hippie y con ella trajo consigo una forma de vestir y peinados descuidados, excesivo uso de accesorios y uñas pintadas con esmaltes en colores tan fuertes como amarillo, verde, morado, blanco y negro, incluso esos tonos pero naracados.
Las décadas siguientes fueron normales y las manos recobraron su habitual modalidad de uñas largas y cortas. En el 2000 se produce otro cambio con la implantaciones de uñas acrílicas y esculturales sumamente largas y anchas.
En el presente siglo retornan las cortas en colores natural, rosado y degradaciones de marrones. Actualmente se llevan pintadas de negro, fucsia, rojo y morado oscuro. Su largo continúa moderado.