Unas mujeres mulatas

Unas mujeres mulatas

-Ahora que no tenemos tantos pasajeros alrededor podremos hablar con tranquilidad. Además, yo veo que cada día que pasa me tienes más confianza. Antes no me contabas nada de estos problemas políticos de los escritores de allá. Siempre creí que tú pensabas que yo no era capaz de entender tus explicaciones. En vez de hablarme a mí preferías escribir cartas a Hungría, preparar papeles para la Unidad. Soy una mujer inculta; eso es verdad; pero no soy bruta. Aprendo rápido, en un dos por tres. A veces me entristecía viendo que para un húngaro solitario yo servía para todo lo que sirve una mujer, menos para hablar de lo que él tenía en la cabeza.

-Siento celos de las mujeres blancas y educadas que viven en tu país, que comprenden bien los papelones de la Unidad y los libros de la Segunda Guerra Mundial. Pero cuando me hablas como hoy me doy cuenta de que podrías quererme tal como soy: mulata, bailadora, ignorante y cubana. Perdóname que te hable así; algunas veces tengo ganas de decirte ciertas cosas y no me atrevo. Me da miedo meter la pata, asustarte, contradecirte, decepcionarte por mi falta de conocimientos. Estoy contenta de haberte encontrado: en tu compañía me siento feliz, aunque tú no entiendas todavía a los cubanos.

-Hay momentos en que pareces un predicador evangélico bobo de los que había en La Habana antes de la revolución. Sin embargo, yo, Lidia Portuondo, mujer completa, sin pliegues ni esquinas, te quiero de verdad. Ladislao apretó a Lidia, le sacudió los brazos y los hombros como quien tranquiliza a una niña para que no vaya a llorar. -Lidia, en Hungría todas las mujeres son blancas; en la China todas las mujeres son amarillas.

-Los húngaros tienen tratos con gente blanca, como dicen ustedes; y los chinos se enamoran de las chinas. ¿Qué otra cosa puede ocurrir? -Me dices que la francesa esa sufrió mucho por causas políticas. A mí se me ha metido entre ceja y ceja que ella también disfrutaba de la vida y que recogió su cosecha de alegrías. Me dirás que son cosas de mujeres antillanas, que siempre tienen “un pálpito”. (De Ubres de novelastra; 2008).

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