Estoy segura que no soy la única que, tristemente, ha notado que en nuestro país hay mínimo dos repúblicas diferentes.
Por ejemplo, una es la de los malls, que siempre están full, sin importar si es fin de semana o día laborable; si es fecha de cobro o no. Otra es la de la Duarte con París, donde el hacinamiento y el caos conmutan con la compra y venta de enseres.
Una es la de los viajes apresurados en vuelos privados ante cualquier problema de salud. Otra es la de la resignación y conformidad de la escasez y falta de humanidad en los hospitales públicos y las malas y caras atenciones de los centros privados.
Una la de los campos y barrios. Otra la de la Kennedy en adelante.
Y ahora, en estas festividades de Navidad y Año Nuevo, las desigualdades e inequidades de uno de los países que menos pobreza ha reducido con su envidiable crecimiento económico, también se ponen de manifiesto.
Sucede, cuando dentro de esa burbujita social dentro de la que vivimos muchos, la preocupación de profesionales de la salud y economistas se centra en los excesos de comida, bebidas y de presupuestos en los que se suele incurrir.
Sin embargo en una parte importante de la población, dominicanos y dominicanas que deberían tener iguales derechos y oportunidades, la realidad sigue siendo la escasez. Y no es que no se goce. Los dominicanos tienen la capacidad de, en estas festividades y otras, sacar su mejor cara y sonreir y disfrutar. Pero caramba, hasta en la calidad de la pachanga el lastre de las desigualdades sociales, económicas, culturales y políticas se impone.
Por eso, ojalá que en estas fiestas seamos capaces de más que caer presos del consumismo y los excesos, disfrutar lo humano, el amor y cariño de la familia y los amigos. Esto sin dejar de pensar y accionar por quienes son invitados de segunda clase o simple veladores de nuestros banquetes navideños y de fin de año.