Uniformes escolares y excesos

Uniformes escolares y excesos

La asistencia a los centros educativos públicos y privados está mediada por distintos requerimientos; uno de estos son los uniformes escolares.

Los centros educativos le dan mucha importancia a los uniformes que se convierten en el objetivo principal de la medición de la disciplina y el orden.

 Esta importancia extrema que se le da a los uniformes explicita la presencia de pautas culturales que afectan notablemente el proceso educativo, convirtiéndolo en un espacio de ejercicio autoritario y de inequidad.

El peso dado por directores(as) de centros y docentes a los uniformes muestra un apego a una norma, como si en ella se pudiese encontrar el filtro para dejar fuera los problemas de aprendizaje y las deficiencias en la calidad de la educación que tienen otro escenario, el aula.

La entrada al centro educativo está marcada por una revisión del uniforme con pautas casi-militares donde se chequea: zapatos—que sean negros, medias—que sean blancas, pantalones—planchados y limpios (aún en contextos sociales donde no llega la energía eléctrica ni hay agua, pero no importa se exige), correas negras (sin la más mínima decoración porque esto puede significar la expulsión), tenis blancos (si por casualidad se presenta alguno con una raya gris o negra también implica la expulsión no importa la suma invertida)  a esto se le agrega chequeo de peinados o cortes de pelo, aretes, uso de pañuelos y tallas de los pantalones (si son más anchos o estrechos).

La obsesión por requerimientos estrictos en los uniformes nos cuestiona sobre ¿qué es lo más importante en el proceso educativo, la imagen-apariencia o el proceso de aprendizaje?

La continua expulsión por uniformes tanto en centros educativos públicos como privados deja como efecto en los/as estudiantes, un modelaje social que refuerza la apariencia como el eje principal de la interacción social y debilita la importancia que tiene la asistencia al centro y la participación en el proceso educativo.

En nuestra cultura social hay una disociación entre lo que soy y lo que aparento, donde una jeepeta, ropa de marca, tenis de marca y accesorios se convierten en símbolos de poder y status social que robustecen la marcada estratificación social existente en nuestra sociedad.

 Nadie quiere aparentar ser pobre o menos rico que otras personas, aun cuando lo sea. En otros países sucede lo contrario, la gente trata discretamente de no ostentar porque puede ser víctima de un robo o atraco.

Los centros educativos de alguna forma intensifican esta conducta de inequidad y disociación, cuando convierten los uniformes y la apariencia física en requisitos para el aprendizaje, siendo ésta una total contradicción de lo que implica el proceso educativo desde un enfoque constructivista y liberador.

Otro elemento que hay que destacar es que con las medidas de expulsión por uniformes o por apariencia física (cortes de pelo, aretes, otros…) se viola el derecho a la educación en igualdad de condiciones y oportunidades para toda la población.

¿Dar libertad  a la población sujeto del aprendizaje, niños/as, adolescentes y jóvenes para que sean sujetos/as de su propio desarrollo, escojan libre y responsablemente sus opciones y decisiones y se empoderen de su propio destino, no es el objetivo de una educación basada en el desarrollo humano?

¡Qué tan distante están esos principios de prácticas autoritarias presentes en nuestros centros educativos (públicos y privados) con sus restricciones y expulsiones basadas en apariencia física y en las exigencias alrededor de los uniformes!

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