Uniformidad discursiva

Uniformidad discursiva

 CARMEN IMBERT BRUGAL
Si algo tienen en común los políticos dominicanos es su afición por la palabra. Hablan mucho. Demasiado. Todo el tiempo. Hombres y mujeres, duchos y principiantes en las argucias del negocio, tienen fascinación por decir. Ahora y antes es evidente su vocación de opinantes. Aciertan, yerran, se repiten, callan y retoman el verbo.

Durante los períodos electorales se justifica la cháchara.

El objetivo es engatusar las masas irredentas para que voten. La verborrea tremebunda, vacua, se apodera de los escenarios. Las multitudes vibran con cualquier muletilla certera y pasajera. Los genios de la publicidad política engarzan dos o tres palabras para que coree el pueblo y la vocinglería ratifique la mediocridad, la imposibilidad de transformar una sociedad asediada por taras legendarias.

Látigos, jachos, bueyes, gallos, leones, burros, estrellas, pollos, cacerolas, ofensas, amenazas, promesas estrambóticas, signan las campañas electorales para conseguir respaldo emocional. Sin posibilidad de reflexión se apela al delirio colectivo. Así ganan, pierden. Después el desencuentro. Cuando obtienen lo apetecido es palmaria la diferencia. La actitud es otra. Quieta la marea de las pasiones, queda poco. La obsesión por encantar se atenúa.

Adviene una escisión entre gobernados y gobernantes.

Ganadores y perdedores reaccionan de igual manera. Cada cual en su lugar, cada uno a su oficio. La apatía entonces no es compensada por los agraciados. Ya no necesitan arengas. La colectividad espera atención, explicaciones, empero, la comunicación se pervierte. Como los mandatos son irrevocables, reparar en los súbditos no es prioridad.

Los funcionarios, por ejemplo, ignoran los dictados de la Ley General de Libre Acceso a la Información Pública, la necesidad de transparencia o el furtivo compromiso que contraen con la ciudadanía. ¿Qué dicen los funcionarios y los políticos dominicanos cuando hablan? ¿Cuáles temas prefieren? ¿Les interesa establecer una comunicación fluida con su pueblo?

Trátese de quien se trate, todos tienen una especie de recetario. Fácil es adivinar respuestas. La trivialidad determina sus comparecencias mediáticas. Semejan ególatras de pacotilla que requieren de páginas y audiencia para validar estatus. La lectura de los titulares de nuestros periódicos permitirá comprobar la monotonía de los temas que preocupan a hombres y mujeres con responsabilidades públicas. La lista es sencilla y reiterativa. Un experto en comunicación política, suramericano, afirma que la culpa no es de los involucrados en el quehacer político sino de los periodistas…. aquí no provocan, no indagan – expresa-. Como si hubiera un acuerdo implícito entre personajes y reporteros.

Sin querer, queriendo, dirigentes de organizaciones importantes de la sociedad civil participan en el juego.

Asumen el libreto. Gira la noria en torno a cinco o seis propuestas. Con variantes en el lenguaje, con matices propios del temperamento de cada quien, también dicen lo mismo. De ese modo transcurren los días y la controversia está determinada por la procedencia o no de la reforma constitucional, la evaluación del éxito o el fracaso de los decretos que limitan el consumo y expendio de bebidas alcohólicas, por los manejos tendentes al control de la Liga Municipal Dominicana, algún comentario referente a las relaciones domínico-haitianas, el déficit fiscal y el atasco de los procesos penales en contra de los banqueros.

Y, naturalmente, las reyertas entre los ejecutivos de los disminuidos partidos políticos que otrora fueron de oposición.

Tal vez unos y otros obedezcan a los designios de la mayoría. Intuyen que la ciudadanía no tiene mayores inquietudes y es poco exigente con los representantes de los distintos poderes del Estado. En consecuencia, la uniformidad discursiva sirve de contención. Omitidas las interrogantes impertinentes se desconoce su parecer, verbigracia, acerca del narcotráfico. Nunca, ninguno, elucubra más allá de frases preconcebidas y moralistas.

Todos aluden al “flagelo de las drogas” y ahí detienen la exposición. Nunca, ninguno, comenta la influencia de la jerarquía católica en el acontecer laico. Evaden referirse al aborto, a las opciones sexuales, a la violencia intrafamiliar, al incesto, a la ausencia del estado de derecho, al despilfarro de fondos públicos. No mencionan el clientelismo, el nepotismo, la incompetencia de algunos miembros del ministerio público y del Poder Judicial, la reivindicación de autores de crímenes y delitos…

La uniformidad discursiva aparenta pautada por una gran entente. Un convenio propicio para pactar cuando convenga.

El acuerdo implícito que imagina el experto. Para que nada digan más allá de lo prudente. Para esconder las penurias nacionales y eludir controversias trascendentes postergadas por los “info ricos” porque los “info pobres” no están aptos, aún, para saber.

Si algo tienen en común los políticos dominicanos es su afición por la palabra. Hablan mucho. Demasiado.

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