1 de 2
Las instituciones universitarias, introducidas en la América Española y el Caribe por la Corona de España y por diferentes órdenes religiosas en la primera mitad del siglo XVI, han desempeñado papeles estelares en la evolución y desarrollo de las sociedades latinoamericanas.
Dedicadas en una primera etapa a la formación del personal requerido por la burocracia colonial civil y eclesiástica, contribuyeron luego a la sustitución de los conquistadores por los representantes de las oligarquías republicanas y, posteriormente, apoyaron el ascenso político de las clases medias a través del movimiento reformista iniciado en el lugar y en la fecha menos esperada: Universidad de Córdoba, Argentina, 1916.
Salamanca y Alcalá de Henares, las dos universidades españolas más famosas de la época, fueron los dos modelos que inspiraron las fundaciones universitarias en el Nuevo Mundo. Entre ambos existieron diferencias muy significativas que se proyectaron en sus filiales de este lado del mundo, dando lugar a dos tipos de universidades bien distintos los cuales prefiguraron, en cierto modo, la actual división de las mismas en públicas y privadas.
La primera universidad erigida por los españoles en el Nuevo Mundo fue la nuestra, la Pontificia y Real Universidad Autónoma de Santo Domingo, mediante la Bula In Apostolatus Culmine, expedida en Roma por el papa Pablo III el 28 de octubre de 1538. La última fue la de León, de Nicaragua, creada por decreto de las Cortes de Cádiz el 10 de enero de 1812. Entre los años de 1538 y 1812 sumaron 32 las universidades fundadas en el Nuevo Mundo por los conquistadores españoles.
Como bien lo expresara el autor nicaragüense Carlos Tünnermann, una de las personalidades más prestigiosa de la América Española en todo lo que tiene que ver con los aspectos históricos, teóricos y prácticos de la educación superior, en las páginas 50 y siguientes de su libro La Educación Superior en el Umbral del Siglo XXI, “el advenimiento de la República no implicó la modificación de las estructuras socioeconómica de la colonia. En este sentido, el movimiento de la independencia careció de un contenido realmente revolucionario, limitándose en gran medida, a la sustitución de las autoridades peninsulares por los criollos, representantes de la oligarquía terrateniente y de la naciente burguesía comercial”
La imitación, el calco de la universidad francesa fue el camino escogido por la República para nacionalizar y modernizar las antiguas universidades coloniales, consideradas como vestigios medievales. Como veremos más adelantes, la nuestra, la Pontificia y Real Universidad Autónoma de Santo Domingo, no escapa a esas consideraciones.
Cien años después de lo de Córdoba, la educación superior está nuevamente en el tapete. Pero, mientras que en las décadas del pasado siglo 20 nadie dudaba del papel clave de la educación superior en los esfuerzos conducentes al desarrollo de los países tercermundistas y hasta se le atribuía el papel de motor principal del adelanto y la transformación social, el debate actual sobre el tema se caracteriza por todo una escuela de pensamiento, sustentado por algunos organismos internacionales de financiamiento que ponen en tela de juicio la eficacia de la educación superior, cuestionan su rendimiento económico y social y la prioridad de las inversiones destinadas a ella. Ahora, lo que está en juego es la confianza misma de la sociedad en la educación superior, como uno de los medios privilegiados con que cuenta el país para promover su desarrollo y fortalecer su identidad y autodeterminación. El valor de una Alta Casa de Estudios no se aprecia tanto como antes. A pesar de ello, muy confiados estamos en la contribución que nuestras instituciones de educación superior públicas o privadas puedan hacer a una modernidad enmarcada en un proyecto de sociedad comprometida con un desarrollo humano sustentable.