Universidades, oficios y profesiones

Universidades, oficios y profesiones

El 4 de octubre de 1957, la Unión Soviética lanzó al espacio un satélite artificial, el Sputnik, y lo colocó en órbita alrededor de la tierra. Ese gran acontecimiento científico supuso un gran desafío tecnológico para las potencias occidentales. Dio motivo a una revisión completa de la política educativa, científica y tecnológica de los Estados Unidos.

En uno de los nueve títulos de la Colección Metas Educativas que acaba de publicar la Fundación Santillana aparece que al comparar su política con la soviética, los Estados Unidos descubrieron que perdía el 50% de sus mejores talentos por el hecho de ser mujeres; y un porcentaje considerable por el simple hecho de ser pobres o de pertenecer a una minoría racial discriminada. Por ello, los estadounidenses optaron por aprovechar esa reserva valiosa de talentos, ese elevado número de gentes capaces que no alcanzaba su desarrollo intelectual por falta de oportunidades. Así fue que surgieron los primeros programas estatales para conceder becas y ayudas de estudios a personas pobres (carenciados, como cínicamente les llaman los economistas del FMI) y comenzó a borrarse de las cabezas de muchas gentes la idea de que los altos niveles de desarrollo intelectual fuera un privilegio reservado a las familias, grupos y clanes de mayores niveles económicos.

Fue a partir de los inicios de los años 60 que la educación comenzó a concebirse como una herramienta de desarrollo y a utilizarse el concepto de capital humano como acopio de personas con altos niveles de formación intelectual y de capacitación profesional del que debe disponer un país para alcanzar altos estándares de desarrollo.

Mientras eso sucedía en Estados Unidos y en Europa, ¿qué pasaba aquí? Que los expertos de la Agencia Internacional de Cooperación de los Estados Unidos (AID) les imponían a las autoridades de la Secretaría de Educación la idea de que el desarrollo de un país agro exportador como éste estaba más ligado a la cobertura y calidad de la educación básica que al desarrollo de la educación media y superior. En consecuencia, en la década de los años 60, gran parte de las ayudas que nos llegaba de la AID y de otras agencias estuvieron dirigidos al fortalecimiento de la agricultura, a la tecnificación de la contrainsurgencia, y al fortalecimiento de las escuelas primarias y las de oficios.

Los efectos negativos de esa política fueron atenuados en parte por la oposición de los del Movimiento Renovador de la UASD quienes planteaban, desde los reducidos espacios del campus universitario, que el aumento de oportunidades en los niveles medio y superior está más ligado al crecimiento del PBI de los países que el fortalecimiento y desarrollo de su nivel básico.

La situación hoy parece mucho menos confusa que en el pasado siglo 20. Aquí, como en cualquier otro país de América y del mundo, se registran aumentos considerables en la población universitaria y el número de universidades. Pero, son muchas las personas que, ante la realidad de que un título universitario ya no se traduzca en empleo inmediato, creen que de nuestras universidades están egresando más profesionales de los que el mercado laboral puede absorber. A ello, nos referiremos en una próxima entrega.

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