Universitarios del Calasanz en la lucha contra Trujillo

Universitarios del Calasanz en la lucha contra Trujillo

El libro sobre el Colegio Mayor Universitario San José de Calasanz, que puso a circular José Abigail Cruz Infante, es un revelador y valioso documento que refleja la oposición antitrujillista de un considerable número de estudiantes huéspedes de ese centro al que persiguió con saña la tiranía, definiéndolo como “foco infeccioso contra el régimen”.

Además de los relatos vividos por el autor, contados con el terror o la admiración que despertaba en los internos el patriótico gesto de los que se atrevían a desafiar a Trujillo y sus acólitos, el texto contiene un rico intercambio de informes y correspondencias cruzados entre los sacerdotes escolapios que regían el hogar y las autoridades más influyentes del trujillato, en un incesante ir y venir de acusaciones o denuncias de acoso, arbitrariedades, atropellos contra religiosos y muchachos sacados violentamente de la residencia para ser conducidos a salas de torturas o cárceles, como ocurrió, por ejemplo, con Víctor Aníbal y Renato González, Bienvenido Tejada, Emilio Castro, entre otros.

Casi todos los padres fueron llamados a declarar al Servicio de Inteligencia Militar (SIM), los superiores al Palacio Nacional y muchos miembros de la comunidad atacados en el infame Foro Público porque los jóvenes espíritus “fueron envenenados por las prédicas y enseñanzas desorientadoras de los más acérrimos enemigos de nuestra patria”, según consignaba el temido Cándido Torres Tejeda, jefe del SIM, en carta al reverendo Joaquín Ferragud Perales, director del Colegio.

Es probable que además de la rebeldía por las injusticias y los crímenes de la dictadura, los aguerridos universitarios del Calasanz encontraran estímulo en las pláticas clandestinas de José Luis Herrero, miembro de una importante célula conspirativa que reunía en su aposento a los jóvenes con el pretexto de comentar libros y textos pero con fines políticos reales. Entre los selectos asistentes se encontraban Cruz Infante, Plinio Jacobo, Fabio Herrera Miniño y Víctor Marcos Domínguez.

“Plinio Jacobo fue uno de los primeros reclutados por José Luis Herrero para el grupo de iniciados que nos reuníamos a medianoche en su habitación” y confió al autor que “esas lecturas eran dirigidas a la formación de una conciencia crítica en el ánimo de cada uno de nosotros”. El escritor se pregunta por qué se elegía a José Ingenieros, por qué Víctor Manuel Domínguez (El chivo) era uno de los asiduos lectores. Este estudiante, acota, vivía “la tragedia de su familia de modo especial. Sus hermanos habían sido exterminados por la dictadura. Él se refugiaba en la lectura con aplicación, en los exámenes triunfaba de forma sorpresiva… en su habitación sólo se encontraban libros de Curzio Malaparte, Stefan Zweig, José Ingenieros y otros autores de la vanguardia intelectual progresista de la época”.

En el Calasanz exponía sus convicciones antitrujillistas Modesto Medrano Monción, a quien, por su capacidad de lectura en latín, griego y francés le apodaban “Mesié”. Seguidor de Antonio Fernández Spencer y de Marcio Veloz Maggiolo, se acercaba a los grupos repitiendo “trinitaria, trinitaria”, que era el santo y seña de los complotados.

Conspiraba Marco Rodríguez, calmado, organizado, estudioso, meticuloso, tan metódico “que el día que se asiló en la embajada del Brasil se levantó bien temprano y depositó en la puerta el reloj despertador que había tomado prestado a Bienvenido Jacobo, saliendo sigilosamente a su cita de bravura y desafío a la muerte”.

Ezequiel, Luis Nelson, Odalís y Hernani González Pantaleón, Renato, Pachico y Nelson Mirabal llevaron al Colegio, desde Conuco, Salcedo, el ardor de la trama. “Somos hermanos y nos trataremos como hermanos”, repetía Francisco Aníbal González (Pahico) antes de que lo hicieran preso en el internado y lo torturaran en La 40.

Allí estaban Natalio Pura Penzo (Apeco), apresado posteriormente por pertenecer al 14 de Junio; Fabio Herrera Miniño, el principal contacto para sacar correspondencia clandestina del país, actividad que le dejó como encargo Alfredo Rotemberg, de origen semita, procedente de Sosúa, quien trabajaba en conexión con el agregado cultural de la embajada americana, William Pugh. Antonio Canto Sosa, “el éxito social de Macorís”, fue otro rebelde nato del Calasanz que “vivía soñando con la libertad del pueblo dominicano”.

Pedro Antonio Núñez del Risco (Yaqui), que vestía como un príncipe y gozaba de bien ganada fama de bailador de salón, considerado un verdadero “Chulindrín” por sus más íntimos, según cuenta Cruz Infante, se atrevió a hacer “chistes osados” sobre el sátrapa. Frente a un retrato de Trujillo exclamó señalándolo: “Éste está torcido, si no lo arreglan se caerá pronto”. Al oír estas expresiones los colegiales que se encontraban en el salón lo abandonaron inmediatamente y juraban que no oyeron nada. Con la boca abierta dejó Luis Peralta a sus compañeros al preguntar por qué Trujillo se llamaba Esteban. “Ah, porque este bandido es su nombre”, respondió. Abigail Cruz Infante comenta: “Aquello, en medio del salón, produjo escalofríos”.

[b]NOTA A SONIA FURIÓ[/b]

Con riqueza de fotos de la época, estilo ameno, haciendo galas de excelente dominio del lenguaje, Ito describe la vida general del internado que no se reducía a la actividad política clandestina. Con sorprendente memoria evoca bromas, motes, apodos, procedencias, fisonomías de casi todos los compañeros y superiores del Calasanz, “fruto del empeño del dictador Trujillo de vincular a nuestro país, por todos los medios posibles, a las instituciones, estilo de vida y expresiones culturales de España, como forma de destacar nuestro origen hispánico y de hacerse simpático a los ojos de su colega dictador Francisco Franco”, como anota Juan Alberto Peña Lebrón en el prólogo.

Entre “Los caballeros cruzados del honor y del deber” citados por la mente prodigiosa del doctor Cruz Infante se encuentran, además, Alvarito Logroño, el que llevaba los libros prohibidos, Oscar Lama, Porfirio Brito, Mario Peralta, Mario Guzmán, Lowell Whipple Llenas, Sergio Bisonó Castellanos, Frank Brown, Juan Bartolo Zorrilla (La Fiera), Alexis Fermín Curiel, Pampín Pérez, Tito Paulino (Tito Miseria), Darío Bencosme Báez, Alejandro Brito, Osvaldito Vásquez, David Jérez, Napoleón Santaella, Rafael Arzeno Plá (El Colorao), Leovigildo Gómez Prats, Ezequiel García Tatis, Bienvenido Jacobo, César Iván y Miguel Féris Iglesias, Luis Ramón Bisonó, Pedro Gamundi Colón, José Miguel Nova (El Genio), José Miguel, Toñito y Piquín Cara de Niño, Andy Sosa, Chava Baduí, Alberto Guzmán, Rafael Belliard, Alberto Elmufdy Camasta, Arturo y Marino Espinal.

También Emilio Weimberg, Heriberto Domenech (La Culebra), Enrique de Marchena (Funda), Enrique Arvizu Fernández, El Choby y su pasión por la vedette mexicana Sonia Furió, a quien avergonzaron con la nota que escribió a la artista: “Vivo en un colegio de estudiantes universitarios y deseo una foto tuya para colocarla en mi habitación y ser la envidia de mis compañeros”. Con gracia, el autor recuerda la cama siempre vacía del estudiante del Este, o el estado del que llegó en la motoneta borracho, como bulto de carbón, o la mala pasada jugada al presumido Mesié con el poema de Rubén Darío que rechazó por deficiente.

Ángel y Rafael Caputo, Roberto Ureña, Richard Limardo, Bienvenido Rodríguez Tejada, Ernesto Rivero Cedeño (Jimmy), Baby Mejía Lluberes, Nelson Viñas, Paíno Henríquez, Luis Ramón Bisonó, Guido y Quico Nieto, Ariosto Ortiz, Juan José y Nicolás Batlle, Enriquillo Rivas Saviñón y José Plácido Montero, entre otros, son también protagonistas de esta obra que habla del comportamiento de esa generación calasancia, rica en anécdotas, casi todos modelos de profesionalidad que caminaron acordes con las enseñanzas de los padres Joaquín Ferragud, Alfonso Esteve, José Luis Herrero y Felipe Tredenick Abasto.

Anticomunistas, demócratas, calieses, ateos, católicos, cristianos, bullangueros, raros, introvertidos, enigmáticos, solitarios y sociables se dieron cita en ese cálido hogar que recibió fresquecita la Carta Pastoral de la Iglesia, en 1960, y en el que trabajar por la libertad fue, para muchos, un deber tan sagrado como el estudio, tal como escribió Marcos Rodríguez al padre Alfonso, desde Brasil: “¿Qué importa un diploma de graduación, un año perdido de estudio cuando nuestra nación se halla comprometida en una lucha heroica contra el tirano que ha ensangrentado, ensombrecido y escarnecido nuestra patria durante treinta largos años?…”.

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