Uno de los grandes economistas

Uno de los grandes economistas

POR JOSÉ  LUIS  ALEMÁN  S.J. 
Una de las tres grandes mentes económicas del siglo XX acaba de morir a los 97 años de edad  dejándonos una impresionante lista de  obras excepcionales:  El Capitalismo Americano, la Sociedad de la Abundancia, El Nuevo Estado Industrial, Economía y Bien Común, La Voz de los Pobres, La Cultura de la Satisfacción y más de otros 10 libros. De paso las otras dos fueron Max Weber y Joseph Aloysius Schumpeter, aunque Pareto y Keynes no distan mucho de la trinidad señalada.

La grandeza de Galbraith no estuvo en  el análisis de las teorías económicas sino en una intuición asombrosa de los cambios del proceso económico y social de la segunda parte del siglo XX y del atraso, casi de la irrelevancia, de la teoría neoclásica prevaleciente para explicarlos. Tal vez por eso no fue premiado con el Nobel. Tal vez por su compromiso social con idearios del Partido Demócrata de los Estados Unidos, por su crítica elegante pero irrespetuosa  de los directorios empresariales y por su apoyo continuo a las innumerables causas de los pobres. Como dijera Tawney de Marx, Galbraith estaba tan saturado de ética como los profetas hebreos.

La intuición filosófica fundamental de Galbraith no es muy original, Marx la había formulado y desarrollado demasiado mecánicamente al afirmar que la infraestructura económica determina las superestructuras jurídicas, morales y religiosas, pero sí  su forma de aplicarla: son los hechos y no las ideas a las que hay que conceder la última palabra y las ideas pueden avanzar la llegada de lo inevitable.

En síntesis apretada resumamos sus grandes intuiciones: el nuevo Estado Industrial, la tecnoestructura, y la revolución intelectual.

El nuevo Estado Industrial

Para no perdernos en detalles importa fijarnos en lo que será el norte de su vida intelectual. Los hechos obligan al cambio intelectual, la teoría se resiste al cambio.  Lo nuevo de la economía norteamericana a mediados del siglo XX fue el nacimiento de enormes conglomerados que aprovechaban sus  ventajas tecnológicas y financieras  para diseñar y producir bienes nuevos bastante triviales  e intentar venderlos a los consumidores.

 Veblen a principios del siglo y más tarde  Schumpeter  habían insistido en dos cambios previos: el abandono de un sistema de producción basado sobre todo en la calidad tecnológica de la producción (derivación del predominio tecnológico en la cultura germánica industrial) para adentrarse en un sistema regido por el interés financiero, y el afán  de las grandes empresas industriales que habían hecho posible el desarrollo de los grandes descubrimientos del motor eléctrico, de la química orgánica y de ingeniería

Las  nuevas  y complejas grandes empresas no pueden limitarse a obedecer mecánica por aprovechar y expandir sus ventajas iniciales.las señales que envían los consumidores; son demasiado grandes para cambiar con frecuencia la escala y la gama de sus productos y, a la vez, mantener empleado su capital físico y humano. Usar el aparato productivo ya instalado requiere planes a largo plazo que no sólo traten de asegurar una  demanda futura todavía inexistente, sino que permita a la empresa aprovechar su potencial y aumentar su participación en el mercado mediante el diseño y mercadeo de productos nuevos que espera poder colocar.

Para el éxito la ganancia resulta condición necesaria  para satisfacer a los accionistas pero deja de ser el objetivo principal de la actividad empresarial; evitar una capacidad ociosa del capital, que requiere a largo plazo introducir nuevos productos que a su vez exigen planificación de investigación, diseño y adaptación del equipo, se torna en el objetivo primario de la empresa, restringido obviamente por las ganancias. El resultado de la planificación son bienes y técnicas relativamente triviales pero comercializables.

Galbtraith sabe que las grandes nuevas empresas son responsables de más de la mitad de la producción de bienes y servicios: las pequeñas empresas y las informales ven disminuir su participación en el mercado y no pueden competir tecnológicamente con aquellas.

Hasta aquí los hechos. Las consecuencias para la teoría económica son ingentes: a) la soberanía de los consumidores para determinar de acuerdo a sus preferencias qué y cuánto producir de cada bien pierde importancia a favor de las grandes empresas que influyen en los consumidores a través de bienes nuevos, triviales en comparación con los bienes básicos; b) el proceso de decisiones de estas empresas tiene poco que ver con el modelo de competencia perfecta todavía válido para  las pequeñas empresas orientadas a maximizar sus beneficios pero la teoría microeconómica cada vez con mayor sofisticación sigue presentándolo, en contra de la realidad, como ideal empresarial y como criterio importante para las políticas públicas. La teoría se retrasa respecto a la realidad; c) sin llegar a negar la utilidad “marginal” de los nuevos bienes, la utilidad de satisfacer las necesidades realmente sustanciales de alimentación, vestido, vivienda, educación y salud  desaparece del horizonte empresarial y público aun cuando una parte sustancial de la población esté excluida de ellas; d) las políticas públicas se centran en aumentar la eficiencia del mercado dominado por las grandes empresas y se resisten a emprender reformas sociales de envergadura.

La tecnoestructura

El ideal schumpeteriano del empresario innovador, que lucha contra los detentores tradicionales del poder económico y social para poder llevar a cabo radicalmente nuevas combinaciones de factores de producción en busca de un éxito medido en ganancias, aunque no ha desaparecido del todo en las modernas economías si ha sido superado por la “tecnoestructura” de las grandes empresas.

La planificación intenta disminuir la “complejidad industrial” de la gran empresa. La complejidad técnica de empresas que producen bienes y servicios distintos con bienes de capital y personal no intercambiables facilita de suyo cierto caos de decisiones encontradas. Diseñar una organización eficiente con metas claras a largo plazo requiere el trabajo coordinador de un grupo a la vez técnico y ejecutivo, un directorio, que pondera perspectivas distintas según novedad y especificidad de sus divisiones, las prioriza y planifica técnica y financieramente dejándolas listas para la decisión final. Inevitablemente estas decisiones  son  de tipo semicolectivo, sugeridas y prácticamente impuestas por ese aparato administrativo de alto nivel que Galbraith denomina “tecnoestructura”; el papel del “empresario” schumpeteriano pierde importancia reduciéndose más bien al de coordinador de última instancia aunque cargue, a veces, con la representatividad de la empresa.

Galbraith   analiza los “maximandos” de ese directorio formado por ingenieros, abogados y economistas partiendo de su característica de asalariados sin derechos de propiedad y sin dividendos. Sus objetivos no  coinciden con los de los accionistas, aunque necesiten mantenerlos contentos. Los principales objetivos tecnocráticos son la satisfacción en el trabajo, la continuidad del empleo y el crecimiento de la empresa.

Los nuevos graduados universitarios que forman la tecnoestructura empresarial  quieren demostrar su capacidad enfrentando riesgos nuevos. Obviamente cuentan con el entrenamiento profesional necesario para tener éxito. Competencia y necesidad de auto probarse en la complejidad de la gran empresa les producen satisfacción personal en el trabajo, prerrequisito para discutir con otros  de manera racional nuevas formas de coordinación de factores y de activos.

Como asalariado el tecnócrata evalúa muy alto la permanencia en el trabajo. Por otra parte la empresa como un todo tampoco puede darse el lujo de perder especialistas claves. Los directorios profesionales que aspiran a la permanencia en base a su efectividad están obligados, además a defender su autonomía de intervenciones menos técnicas de accionistas; plegarse a caprichos voluntaristas cuestiona a sus ojos la única garantía de continuidad, la calidad técnica de sus decisiones.

El éxito finalmente se mide por el crecimiento de la empresa siempre restringido financieramente. El crecimiento de la empresa aumenta el poder, la paga y las perspectivas promociónales de la tecnocracia que la ocasionó: promover los negocios significa promoción de sus directores.

Esta tecnocracia lucha por evitar compras hostiles, intervenciones de las familias fundadoras, devaluación de su valor en la bolsa y revueltas de accionistas, determinantes todos de alto riesgo para la seguridad a largo plazo de empresa y tecnócratas. De este modo el poder de los modernos accionistas sobre el manejo de la empresa es débil; la gerencia deja de ser función del dinero para convertirse en élite por méritos.

Galbraith cree que como resultado final de la superestructura tecnocrática la gran empresa se orienta a asegurar ganancias “considerables” más  que “maximizar” beneficios. Esta “realidad” se opone a la orientación ofrecida por  los libros de texto. Una vez más la teoría queda más atrás que la realidad.

Igualmente interesante es el análisis de Galbraith sobre la enorme superestructura del Estado. Para él los burócratas de la empresa privada y los de la administración pública tienen en común no sólo la muy similar formación académica sino los mismos objetivos finales: satisfacción en el trabajo, seguridad en el mismo y crecimiento de la institución. “El Estado moderno no es el comité ejecutivo de la burguesía sino más bien de la tecnocracia”. De hecho es difícil un encuentro entre burócratas públicos y privados en que no se aprecie apreciable  coincidencia entre objetivos y métodos de análisis de ambos.

Por esta simbiosis tecnocrática, y no sólo por la mutuas dependencia entre gobernantes y empresarios,  las políticas públicas evaden con frecuencia tratar las manifiestas fallas de la economía privada y la desigualdad económica de la población. La resistencia a gastos públicos sociales o a una mejor regulación de la competencia y del medio ambiente no proviene sólo de la renuencia social a más impuestos sino a la posibilidad de dedicarlos al crecimiento de gastos respaldados por la opinión pública como son las armas y la energía nuclear que favorecen a algunas grandes empresas:  “Hay algo único y extremadamente obsceno en la competencia para promover armas de destrucción masiva con el objetivo de mejorar la cotización en la bolsa de una corporación”.

Finalmente la misma superestructura burocrática en la dirección de las grandes empresas privadas y socialistas borra buena parte de la diferencia entre el capitalismo y el comunismo.

La revolución industrial

Los economistas hemos oído hablar de la confianza de Galbraith en “contrapoderes” (“countervailing powers”) que genera toda sociedad para superarse a sí misma. Concorde con su orientación preferida es la sociedad misma y no las ideas la que provoca el cambio. Sin embargo Galbraith, sin ser infiel a ese principio, defiende el papel que los intelectuales juegan en acelerar (no en causar) el cambio.

El contrapoder del Estado Industrial no pueden serlo ni el Gobierno ni la tecnocracia empresarial porque ellos son indispensables para su mantenimiento. Sin embargo sin educación no hay posibilidad de formar tecnócratas y sin escuelas y universidades no hay educación, pero las instituciones académicas, a pesar de preparar técnicamente a quienes después formarán la tecnocracia, no suelen mostrarse satisfechos con un tipo de sociedad controlado por la tecnocracia..

La lógica galbraithiana, paralela aquí a la de Schumpeter, se basa   en la naturaleza misma del proceso educativo y en la autoconcepción del educador.

Para él  toda educación que aspira al aumento del conocimiento aunque sea para fines tecnológicos está orientada por necesidad  al desarrollo de una inteligencia crítica. Educar, aun tecnológicamente hablando, no es transmitir conocimientos ya adquiridos sino en sus más altos niveles investigar en la búsqueda solitaria nuevos descubrimientos y aplicaciones. La independencia del investigador y su resistencia a todo tipo de acondicionamiento son la marca de fábrica  de todo buen sistema educativo. Educar -penosa realidad para nosotros- no es transmitir conocimientos ni resolver problemas de ingeniería científica o social, ni “indoctrinar” moral o políticamente una sociedad, es cuestionar sistemáticamente sus creencias, su conocimiento y el modo de actuar de  sus diversas instituciones. Por más que nos opongamos la educación crea más escépticos que creyentes del pasado o de las recetas estatales o burocráticas que se quieran generalizar. Una ciudadanía más educada es una ciudadanía más crítica. A la larga el destino de toda educación es la rebeldía racional contra lo indeseado o lo abominable de la sociedad. Lo que no debemos olvidar es el origen de ese malestar: es la realidad misma no las ideas que reflejan la realidad y  la desmitifican el origen del cambio.

Los educadores juegan también un papel importante en acelerar el cambio. Conocedores de la historia y de la literatura los educadores se sienten enemigos  de un consumismo conspicuo, trivial, y se resisten  a que su enseñanza y su investigación se vean presionados por cuanto no sea opción propia. Los lectores y escritores de artículos y libros son los creadores de los moldes de una sociedad post-adquisitiva, post-competitiva, post-materialista que está por venir. Los moldes así diseñados serán un día normas sociales.

Esto no significa que las ideas de los educadores sean el origen del proceso; como es habitual en Galbraith, son los hechos, la necesidad de una tecnocracia que dirija la nueva gran empresa industrial, los que demandan una educación más sofisticada; de ella nacerán sus críticos intelectuales. Los hechos cambian primero. Más tarde cambian  las ideas como resultado de ellos:  surge una nueva clase que gana prominencia paulatina y es capaz de revelar la verdad.

Conclusión

David Reisman a quien debo la síntesis esbozada en este artículo describe así el talante de Galbraith: “los grandes temas de sus obras no son los costos marginales, ni el excedente del consumidor ni los rendimientos decrecientes; lo son, en cambio, el desarrollo intelectual, el progreso institucional y el papel constructivo del Estado… Los neoclásicos dicen a veces que la economía de Galbraith es realmente sociología económica y que su institucionalismo evolutivo degenera en recetas no científicas. Los Galbraithianos replican que es la ortodoxia de los libros de texto la que resulta  limitada y no científica precisamente por tratar como inerte e invariable un marco sistemático de referencia económica cuando realmente éste es dinámico y orgánico” (Democracy and Exchange. Scumpeter, Galbraith, T.H. Marshall. Titmuss and Adam Smith, 2005, p. 129).

Este juicio puede descalificar la virtuosidad técnica de Galbraith, un auténtico conocedor de la teoría económica, relegándolo a la categoría de profeta menor. Gran error. Lo que sí nos dice su obra es que además de la teoría hay una meta-economía que el economista ignora a su cuenta y riesgo. Conviene hacer aquello y no ignorar esto. Así de enigmático porque enigmática es la vida y hay que buscar su sentido.

El nuevo Estado Industrial

Para no perdernos en detalles importa fijarnos en lo que será el norte de su vida intelectual. Los hechos obligan al cambio intelectual, la teoría se resiste al cambio.  Lo nuevo de la economía norteamericana a mediados del siglo XX fue el nacimiento de enormes conglomerados que aprovechaban sus  ventajas tecnológicas y financieras  para diseñar y producir bienes nuevos bastante triviales  e intentar venderlos a los consumidores.

 Veblen a principios del siglo y más tarde  Schumpeter  habían insistido en dos cambios previos: el abandono de un sistema de producción basado sobre todo en la calidad tecnológica de la producción (derivación del predominio tecnológico en la cultura germánica industrial) para adentrarse en un sistema regido por el interés financiero, y el afán  de las grandes empresas industriales que habían hecho posible el desarrollo de los grandes descubrimientos del motor eléctrico, de la química orgánica y de ingeniería

Las  nuevas  y complejas grandes empresas no pueden limitarse a obedecer mecánica por aprovechar y expandir sus ventajas iniciales.las señales que envían los consumidores; son demasiado grandes para cambiar con frecuencia la escala y la gama de sus productos y, a la vez, mantener empleado su capital físico y humano. Usar el aparato productivo ya instalado requiere planes a largo plazo que no sólo traten de asegurar una  demanda futura todavía inexistente, sino que permita a la empresa aprovechar su potencial y aumentar su participación en el mercado mediante el diseño y mercadeo de productos nuevos que espera poder colocar.

Para el éxito la ganancia resulta condición necesaria  para satisfacer a los accionistas pero deja de ser el objetivo principal de la actividad empresarial; evitar una capacidad ociosa del capital, que requiere a largo plazo introducir nuevos productos que a su vez exigen planificación de investigación, diseño y adaptación del equipo, se torna en el objetivo primario de la empresa, restringido obviamente por las ganancias. El resultado de la planificación son bienes y técnicas relativamente triviales pero comercializables.

Galbraith sabe que las grandes nuevas empresas son responsables de más de la mitad de la producción de bienes y servicios: las pequeñas empresas y las informales ven disminuir su participación en el mercado y no pueden competir tecnológicamente con aquellas.

Hasta aquí los hechos. Las consecuencias para la teoría económica son ingentes: a) la soberanía de los consumidores para determinar de acuerdo a sus preferencias qué y cuánto producir de cada bien pierde importancia a favor de las grandes empresas que influyen en los consumidores a través de bienes nuevos, triviales en comparación con los bienes básicos; b) el proceso de decisiones de estas empresas tiene poco que ver con el modelo de competencia perfecta todavía válido para  las pequeñas empresas orientadas a maximizar sus beneficios pero la teoría microeconómica cada vez con mayor sofisticación sigue presentándolo, en contra de la realidad, como ideal empresarial y como criterio importante para las políticas públicas. La teoría se retrasa respecto a la realidad; c) sin llegar a negar la utilidad “marginal” de los nuevos bienes, la utilidad de satisfacer las necesidades realmente sustanciales de alimentación, vestido, vivienda, educación y salud  desaparece del horizonte empresarial y público aun cuando una parte sustancial de la población esté excluida de ellas; d) las políticas públicas se centran en aumentar la eficiencia del mercado dominado por las grandes empresas y se resisten a emprender reformas sociales de envergadura.

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