Uno se va y otro llega. ¿Una nueva era?

Uno se va y otro llega. ¿Una nueva era?

¡Por fin! George Bush se va. Termina su mandato y, con el, lo que posiblemente pase a la historia como una de las administraciones más nefastas en la historia norteamericana. Nixon fue una vergüenza para los EE.UU. pero su incidencia fue esencialmente interna. Sin embargo, el gobierno Bush puso el prestigio norteamericano en el mundo por el suelo.

Se va un Presidente cuyo primer mandato fue obtenido de manera muy dudosa, para decir lo menos, aunque en la reelección logró legitimarse gracias a los ataques terroristas del 2001 y al manejo patriotero que hizo de los mismos. Se va el Comandante en Jefe que ordenó la intervención en Afganistán –refugio indiscutido del responsables de los ataques del 11 de Septiembre– sin haberlo capturado, ya que decidió priorizar una invasión a Iraq porque sus “armas nucleares y químicas” eran una amenaza para los EE.UU. Se va el Presidente que mintió abiertamente. Se va el Jefe de una administración que permitió y justificó la tortura, para horror del mundo civilizado.

Vamos a dejar de oír al que cometió la pifia de mencionar una “guerra santa” o a quien se consideraba un enviado de Dios. Termina su periodo constitucional el hombre que ofendió a Europa y otros aliados porque se negaron a apoyarlo y aceptar sus pesadillas iraquíes como ciertas. Vamos a dejar de ver al adalid de causas perdidas de antemano, como el respaldo irracional al Secretario de Justicia (Alberto González) o al Presidente del Banco Mundial o a sus candidatos para la Secretaría General de la OEA, entre otros casos. Deja el trono el mandatario que vio deteriorarse las relaciones con América Latina y el Caribe como nunca antes, sin ser capaz de armar una estrategia adecuada de recomposición de las mismas. A pesar de su retórica deja a Cuba como la encontró.

Se despidió el pasado viernes del pueblo norteamericano, como es costumbre, en un discurso donde hizo un balance, optimista por supuesto, de su mandato y se le olvidó mencionar el problema más serio que enfrenta la sociedad estadounidense y que es de su entera responsabilidad: la brutal crisis económica.

Llega un nuevo presidente al país más poderoso del mundo al que bien pudiera reconocérsele un liderazgo positivo… si supiera renunciar a sus pretensiones hegemónicas. Barack Obama parece ser un político atípico en el escenario norteamericano. No obstante, eso no quiere decir que va a dejar de defender los intereses norteamericanos, legítimos e ilegítimos.

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