Unos días en París

Unos días en París

En mi primera visita a París, durante nuestros años de especialización neurológica en Londres, lo visitamos junto a Federico Fondeur, Marcos Blonda y mi dama, imagínense tres arquitectos en contra de un médico, me ¨obligaron¨ a visitar el centro de artes Georges Pompidou  en el antiguo barrio de Beaubourg, durante tres días, lo que les confieso me produjo el Síndrome de Stendhal¨, fatiga en los museos,  me comprometo a describirlo en una próxima entrega. Es un agotamiento mental agudo, por la excesiva información recibida. En esta nuestra quinta visita a la Ciudad Luz, todo fue diferente.

Uno de mis paseos parisinos obligados, un recorrido por sus aguas y cenar por el Sena, hoy en modernos buque-bus, versión moderna de las llamadas ¨moscas¨, pequeños botes anticuados.

Tomamos el metro  en la estación del Sena de la  torre Eiffel, la gran Dama de Paris, es sin lugar a duda el más famoso de los emblemas de una ciudad. Construida para la Exposición Universal de 1889, obra del arquitecto Gustave Eiffel. De su misma creación habíamos visitado  unos días antes una estación de tren en Budapest, donde participamos en un congreso médico.

Iniciamos una especie de jugadas a las escondidas bajo los puentes de París,  primero el puente del  Alma, en su base observamos el Zuavo del puente, es una estatua de un soldado del imperio colonial, permite ¨medir¨ las crecidas del Sena.

De los puentes de París, sobresale  el puente Alejandro III por su monumentalidad, cruza el Sena en un solo tramo metálico con decoraciones de la Belle Epoque; en las noches tiene una elegancia impresionante. Luego de pasarlo se ve el Louvre,  con sus piedras limpias, ya en días anteriores lo visitamos y entramos a través de la pirámide, obra del arquitecto chino Leoh Ming, que engalana el museo más grande del mundo.

Desde el Sena, impresiona la catedral de Notre-Dame, es de cenizas, le han limpiado los flancos y parecen huesos pelados. Gárgolas y diablos engalanan los contrafuertes y bastiones. Esas estatuillas en los balcones superiores, esas gárgolas mágicas desde el buque  son más visibles. El día anterior nos habíamos sentado en su frente, descansando en la base de la estatua de Carlo Magno. En el río medité sobre los diablillos de Notre Dame, desde los tiempos más remotos  aparece la idea de un espíritu maligno que se deleita torturando al hombre a veces caprichosamente, tomándole como un juguete, y siempre induciéndole a hacer el mal. La idea del ángel bueno y el demonio del mal lo vemos ya en la Grecia clásica. Ese diablo gótico, caracteriza la catedral, la elocuente y prodigiosa manifestación del arte gótico fue despreciada al imponerse la evolución renacentista. Voltaire, en La Siecle de Louis XIV, habla del gótico como un arte bárbaro en el sentido más despectivo de la palabra.

La catedral es la historia de piedra, es la historia de piedra de Francia. De Notre-Dame parten todos los caminos, a Notre-Dame llegan todos los caminos. La estrella no está donde surge el Arco del Triunfo como se le llama  por el inicio de las avenidas, sino aquí en la isla, donde llegaron los reyes, donde bramó la república. Cuando los Miserables obra cumbre de Víctor Hugo se edita en Paris en el 1862, una tentativa válida para ir al encuentro de los humillados, de los perseguidos, de los despojados y arrancados de su soledad, es esa obra la que hace poner atención de nuevo a la catedral, siendo en el siglo XIX, el arquitecto Violle-le-Duc el principal artífice de su reconstrucción. Desde el barco ¨vi¨ al deforme Quasimodo tocar las campanas y ocultar a su amada. En esta ocasión, terminamos nuestra grata estadía en la  elegante sala de fiestas del Lido parisino, aristocrática noche. Fue una espléndida y seductora experiencia, despedirse entre burbujas de champagne con ¨La Vida en Rosa¨ de  la Piaf universal, de su ciudad luz.

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