URBANAS
Literatura de la calle

<STRONG>URBANAS<BR></STRONG>Literatura de la calle

Cuando se habla de literatura urbana, a la mente de lectores de carros públicos y omnsas llegan referencias de escritores que enriquecen con su tinta las páginas de incontables libros, en los que la ciudad surge como objeto creativo. En efecto, existe una poesía de esta calaña, inspirada en figuras de asfalto y ascensores, que circula bajo la firma de escritores de fuste o de ala corta que ponen a prueba su talento para beneplácito del exigente lector. Son versos y cláusulas que circulan a través de libros, periódicos, blogs, facebook, websites…

Pero no nos confundamos: esta no es la única poesía de una ciudad, ni siquiera la más reconocida. Porque existe una literatura urbana que no proviene de libros ni otras fuentes del derecho de autor.

Se trata de una colección de textos abigarrada y discontinua, de personas cuyo fin no es demostrar con nombre y apellido su habilidad para crear imágenes inmortales, sino expresar una simple idea, a menudo desde el anonimato. Es una literatura que no exige aplausos ni sigue necesariamente las pautas de la legalidad autoral.

A estos escritores, que salen de pronto con un pedazo de carbón o una brocha desde la puerta menos esperada, les importa un carajo esa cosa que se llama originalidad, y les tiene sin cuidado ser plagiados. En su concepción de la literatura, les basta con haber abandonado la idea en algún muro, en el cristal de un autobús o en un árbol.

Se dan varios estilos de escritura urbana. El más prestigioso es el grafiti, que proviene desde la etapa de las cavernas. Como literatura, para nuestros fines, es el que menos nos interesa, debido a que está más emparentado con las artes plásticas que con la literatura en sí.

Además, el grafiti, en su mejor concepción, está perfectamente definido por un inquebrantable sistema de autoría cuyo derecho se exige incluso con puño, pólvora y cuchillo.

La firma en esta clase de expresión es más determinante y respetada que la que pueda aparecer en el libro del escritor más protegido por la ley libresca. Como literatura urbana en la línea que en este artículo interesa, nos importa más aquella que se centra en la palabra como vehículo para expresar una idea concreta.

En ese sentido, se debe destacar la literatura mural, que es aquella que irrumpe en un muro, violando toda disposición ornamental o de gramática, mediante el caligrafiado directo.

¿Quién no recuerdo frases memorables caligrafiadas en paredes? Estas son mis dos favoritas: “No se pierda la película El Electricista, con Alam Brito y Elen Chufle”; “Mientras un mortal sea juez, no habrá justicia en el mundo, y donde no hay justicia es un peligro decir la verdad. Alfonseca” (mía la gramática). Se trata de dos frases aparecidas en las paredes de una iglesia y de un cementerio, respectivamente, en épocas distantes.

Otro formato de literatura urbana es el del ciudadano que escribe una hoja a máquina o a mano y la fotocopia, para distribuir su pensamiento por toda la ciudad. Recuerdo un mensaje de una de estas hojas: “Sólo Cristo salva y lo demás es cosa humana. Firma Crisóstomo Reynoso (alias El Chévere)”. Y no olvidemos los mensajes grabados en las carrocerías del transporte público. Recuerdo que una guagua de la 40, rumbo a Los Mina, tenía escrito: “Si bebo es por ti, azarosa, no te atrevas a dejarme”.

Y un hermoso letrerito en la luneta de un carro público de la Gómez rezaba: “El que no lee vive la mitad”.

Recuerdo que cuando, extrañado, le pregunté al chofer sobre ese letrero tan motivador, me repondió “Ello me lo encontré y lo pegué ahí…

También me encontré esa calcomanía que está más para arribita”. La calcomanía que estaba “más para arribita” era un puerquito copulando con una puerquita.

Esta clase de literatura urbana, producida casi siempre en el anonimato, es la que realmente leen los ciudadanos, quizás porque no se oferta como una experiencia por encima de sus capacidades, sino como una expresión a la altura de la misma ciudad por la que transitan cada día.

Sin dudas se trata de una escritura tan natural como una pila de ladrillos o un pedazo de latón destartalado.

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