URBANAS
Prejuicio sobre sexo
virtual en Santiago

<STRONG>URBANAS<BR></STRONG>Prejuicio sobre sexo<BR>virtual en Santiago

La dominicanidad que admira y respeta la inteligencia debe mantenerse despierta, con café y hasta caguasa espesa, para que el prejuicio (siempre bruto, inoportuno y vetusto) no determine el rumbo de nuestra sociedad. Recientemente nos enteramos de que la Fiscalía de Santiago, la Dirección de Investigaciones de Crímenes y Delitos de Alta Tecnología y la DNCD desmantelaron un centro de servicio erótico que operaba por Internet.

El periodista Ricardo Santana, en una nota publicada en Listín Diario el sábado 19 del mes que pasa, informa de lo siguiente: «La fiscal de Santiago Yeni Berenice Reynoso dijo (…) que los propietarios del centro de entretenimiento virtual serán procesados por proxenetismo y explotación sexual. (…) Declaró que las mujeres reclutadas por el personal del centro “hacían de todo pero de manera virtual. De todo, desde tener vibradores, de todo, cuando digo de todo no quiero dar ese tipo de detalles”». La nota resalta que «El lugar despertó la atención de las autoridades, luego de que en el carnaval del domingo se distribuyeran volantes en los que se solicitaban jóvenes bien atractivas mayores de edad para trabajar con un sueldo mensual de 45 mil pesos y 50 dólares diarios por horas extras».

En los diversos medios la noticia del desmantelamiento del citado centro circuló envuelta de un ruido semántico que despierta la sospecha. Los detalles divulgados en los medios permiten rápidamente crear la hipótesis de que nos encontramos ante un viejo y desagradable caso basado en el prejuicio. Probablemente esta es una pieza fidedigna de la mojigatería que envenena el alma nacional. Estos párrafos invitan a observar este caso desde otra óptica, en una sociedad de carácter rural como la nuestra.

Para la década de 1990, el VHS permitió la divulgación masiva de las imágenes eróticas audiovisuales. Con el casete, era fácil adquirir y grabar videos de contenido sensual, por lo que no era necesario practicar el difícil arte de pasar inadvertido en las boleterías de los cines para adquirir la patente de corso que daría paso a un paraíso visual de sexualidad. A veces, apersonarse en un cine a consumir una película erótica requería de un temple especial, porque estos espectáculos, curiosamente, despertaban una crítica morbosa parecida a la de los burdeles. Había que tener buena cachaza para hacer fila en el Lido. Recuerdo que en La Vega, el Rívoli era el lugar por excelencia para estas citas con el erotismo audiovisual; recuerdo que se llegó a un punto de censura tal, que sólo se pasaban estas películas los martes. Con el VHS se ganaba privacidad y se escabullía el cristiano de todo señalamiento.

Cuando a mediados de la década de 1990 se popularizó la Internet,  surgió el sexo virtual. Sin el rastreo que permitía el sexo telefónico, la realidad virtual propició una limpieza y una libertad sin precedentes en el universo sensual. En Estados Unidos surgieron compañías que ofrecían un servicio de intermediarios entre los bancos y las empresas de diversión sensual. En la actualidad, ese país lidera el mercado del sexo virtual con cerca del 70% del movimiento económico.

Siendo Estados Unidos la nación líder en este renglón, vale la pena observar algunos detalles sobre el comercio del sexo entre su gente. No deja de ser interesante su experiencia, teniendo en cuenta que los norteamericanos son los gurúes en materia cibernética. En general, para los gringos el contacto físico con intenciones eróticas es prohibido siempre que conlleve un pago en dinero. Se puede hacer de todo, se puede ver todo lo que se hace, pero no se puede tocar. Entre los estadounidenses es común el personaje “Peeping Tom”, o Tom el mirón, extraído de la leyenda anglosajona de Lady Godiva, una hermosa mujer que, para hacer que su esposo bajara los impuestos al pueblo, aceptó pasearse desnuda en un caballo; antes de cabalgar, Lady Godiva hizo que los compueblanos se comprometieran a no verla mientras pasaba desnuda, por lo que todo el mundo se encerró en su casa… todo el mundo, excepto el sastre Tom, quien no soportó la curiosidad y la observó a escondidas por la ventana.

En la Avenida 42 de Manhattan y otros lugares de Europa encontramos máquinas que al echarle unas monedas levantan una portezuela y permiten ver por un tiempo determinado a una mujer desnuda, haciendo de todo, tras un cristal. También abundan los clubes de bailarinas desnudas. En esa clase de lugares las mujeres puedes hacer de todo con sus cuerpos, sin restricción, y la gente puede observar lo que hacen. Pero no se permite contacto sexual. Esto es lo que se puede llamar “sexo seguro”, y se parece bastante al enlace remoto que permite el sexo cibernético.

Partiendo de estos elementos, retornemos al caso del centro de erotismo virtual que fue clausurado en Santiago. Parece claro que en el escenario común de la ruralidad dominicana, este caso desborda el concepto de prostitución. La fiscal afirma que allí «hacían de todo pero de manera virtual». Si no había contacto, entonces, puede entenderse que no sucedía nada del otro mundo. Por el contrario, podría pensarse que se trataba de un ejercicio sexual libre de enfermedades y de los litigios propios del acto de la prostitución. Podría decirse que entonces se trataba de una experiencia perfecta, pues, con el debido respeto, ni siquiera las relaciones con nuestras parejas contractuales garantizan una limpieza así.

La ingerencia de la Fiscalía de Santiago, de la DICDAT y de la DNCD probablemente sea un mal precedente para la libertad de empresa y el derecho al trabajo de que debe gozar nuestro país. Según lo que se informa en el volante repartido en el carnaval santiaguero, la oferta salarial era bastante atractiva: 45 mil pesos mensuales más 50 dólares por horas extras es todo el dinero del mundo en este país, en especial en una ciudad del interior como Santiago. Nótese que el volante estaba explícitamente dirigido sólo a chicas mayores de 18 años, lo que mantiene el proyecto alejado de toda presunción de pornografía infantil. No deja de llamar la atención que el lugar posee capacidad para unas 60 trabajadoras. La empresa tiene computadoras, lo que supone que consume energía eléctrica, servicios telefónicos, agua potable, renta, etc. O sea, que es tributaria al menos de forma indirecta.

Debemos reconocer que la fiscal Yeni Berenice Reynoso es una joven que, en general, ha realizado una labor encomiable. Sin embargo, la manera de ella resaltar –diríase que escandalizada- que las chicas utilizaran “de todo, desde tener vibradores, de todo, cuando digo de todo no quiero dar ese tipo de detalles”, invita a sospechar una actitud prejuiciada. No hay que señalar aquí que los vibradores y ese “de todo” es lo que normalmente se usa para realizar ese tipo de trabajo; incluso las novias y esposas que no están mordidas por la mojigatería propia o la de su pareja las utilizan de forma regular. Como un elemento de peso, según la nota periodística, se extrae que los empleadores pagaban a las empleadas una suma mucho menor a las ganancias de la empresa. Bueno, esa es la vieja plusvalía, y si eso fuera censurable, al menos desde la época del viejo Marx todos los empresarios deberían estar tras las rejas.

Debemos tener cuidado con este caso de la empresa de erotismo cibernético en Santiago. Tengamos el ojo avisor, porque este puede ser otro zarpazo vetusto del prejuicio y la doble moral, amparado nuevamente en el abuso de poder. Esta experiencia nos debe servir de invitación para comprender la contemporaneidad, para salirnos del campo y transitar por los angostos senderos de la democracia global.

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