Urgen los cambios

Urgen los cambios

JOTTIN CURY HIJO
No hay lugar al que yo asista donde la gente no manifieste su insatisfacción por los acontecimientos que se están produciendo en nuestro país. Muchos sostienen que la mayoría de los funcionarios de la presente administración han llegado al convencimiento de creerse propietarios de sus posiciones. Esa es la razón, conforme al criterio generalizado, por la cual discuten públicamente el Secretario de Interior y Policía con el Jefe de la Policía, el Procurador con el Director del Depreco y el Fiscal del Distrito, el Secretario de Turismo con el de Medio Ambiente, el de Hacienda con el Técnico de la Presidencia, y así sucesivamente.  Son escasas las instituciones del Estado en las que no existan serios conflictos entre sus propios miembros.



Más todavía, se afirma que en determinados casos las desavenencias se extienden al ámbito personal. Pero sea como fuere, lo cierto es que el tiempo va discurriendo y la ausencia de respuestas para conjurar tantas contrariedades genera la sensación de que estamos en presencia de una nave sin rumbo. Esta percepción de ausencia de autoridad resulta difícil de entender en las actuales circunstancias, toda vez que el Presidente Fernández ganó los pasados comicios con una mayoría aplastante y todavía conserva un apreciable grado de popularidad. Más claramente, el Jefe de Estado no debe permitir que la creciente impopularidad de sus subalternos lo alcance en términos personales.

 Es harto conocido que los partidos ganan terreno político en base a sus promesas electorales, pero estas promesas tienen una fecha de vencimiento, esto es, no pueden nunca alcanzar el término de un período de gobierno. Balaguer siempre estuvo consciente de que los pactos políticos se extinguían tan pronto dejaban de convenirle a su gestión de gobierno y a los intereses colectivos. Y sobre la base de efectuar cambios permanentes en su gabinete, despertaba la esperanza de la población, demostrando así su interés de levantar las simpatías de su propia gestión gubernativa. Cuando destituía a sus subordinados enviaba una clara señal de distanciamiento, evitando así ser juzgado por las  malas actuaciones de estos últimos. 



No cabe la menor duda de que estamos atravesando por momentos difíciles por la falta de agua, electricidad, aumento  de la canasta familiar, de la delincuencia y el alza de los combustibles, así como por un incremento de la presión tributaria. Si a estos factores le añadimos la incertidumbre que ha generado el plan de la seguridad social, la suspicacia que ha producido la reedición del Plan Renove, los cuestionamientos que sectores empresariales le están formulando a la decisión de emplear el dinero de los Fondos de Pensiones para la construcción de cuatro mil viviendas y el desempleo derivado del cierre de zonas francas, debemos convenir que la situación actual no es nada satisfactoria.



Además el Tratado de Libre Comercio, lejos de generar una disminución de precios en los productos básicos, los ha incrementado. El problema de la deforestación y el exterminio de especies protegidas no es objeto de ningún control, y no se ha asumido una seria política migratoria con el propósito de detener el éxodo haitiano hacia nuestro territorio. La población espera una respuesta contundente a todos estos desafíos y otros no menos fundamentales. El relanzamiento del que hablan algunos comunicadores y políticos, no debe limitarse únicamente a un cambio de caras, sino a la adopción de políticas firmes para enfrentar los graves inconvenientes que padece la nación.



Las transformaciones deben ser sustanciales, y afortunadamente todavía el Presidente Fernández está a tiempo de asumirlas, en razón de que sigue gozando de un aprovechable nivel de aceptación popular. Ahora bien, ese índice de aprobación podría revertirse si las cosas permanecen tal como están en estos momentos. Si durante  el mes que se avecina no se satisfacen las expectativas de la población, en el sentido de un drástico cambio de orientación que, repito, no debe limitarse a un asunto de funcionarios incapaces y de sospechosa probidad, sino de cambios fundamentales, el panorama electoral podría volverse en su contra. 



Fernando El Católico ha sido históricamente considerado como el estadista que sentó las bases del imperio español por su acierto de buscar entre sus colaboradores a los hombres más capaces y probos, dejando de lado para su selección la nobleza, el amiguismo o el poderío que ostentaban los aspirantes de las clases encumbradas de la época. No en vano se ha dicho que Maquiavelo tomó a este gobernante aragonés como ejemplo del político que le sirvió de modelo para El Príncipe. Le sigue los pasos Rodríguez Zapatero, que se desprende de los funcionarios que no le sirven a la España de hoy. 



Mauricio Virola, biógrafo italiano contemporáneo, en su estudio sobre Nicolás Maquiavelo, nos dice que éste tachó de falsa la opinión de Cicerón cuando afirmaba que para defender y mantener el poder es más eficaz la bondad del gobernante que el temor que éste inspira a sus gobernados. El astuto florentino ripostó ese juicio ciceroniano del siguiente modo: “Es mucho más seguro ser temido primero que amado, cuando las circunstancias impongan despojarse de una de las dos cosas”.

Si el pueblo que le ha conferido a un Príncipe el mandato de gobernar conforme a las leyes vigentes, llega al convencimiento de que él desvía esa responsabilidad, es bien probable que le retirará  su apoyo y buscará soluciones por otra vía.

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