Urgente: necesitamos demócratas

Urgente: necesitamos demócratas

BIENVENIDO ALVAREZ-VEGA
En varias ocasiones hemos dicho desde estas notas que una de las grandes dificultades de la sociedad dominicana es querer ser demócrata sin demócratas. No se trata de un juego de palabras, como podría sospecharse en una primera impresión. Es un concepto que expresa una realidad con la que chocamos cada día.

En los años ochenta en el país se registró una enriquecedora discusión entre los principales intelectuales de entonces sobre si la sociedad dominicana reunía o no las condiciones económicas y sociales para que aquí se estableciera un régimen democrático. Juan Bosch, Juan Isidro Jiménez Grullón, Franklin Franco y otros no tan destacados como estos participaron en ese y otros diálogos similares.

Unos decían que la República Dominicana no había llegado al estadio de desarrollo económico imprescindible para que de su seno brotara un régimen democrático. Otros sostenían que la democracia occidental era ajena a estas sociedades, donde había predominado una sociedad de perfiles feudales.

En esos días se plantearon las alternativas de la dictadura con respaldo popular o una democracia como la instaurada en Turquía por Kemal Ataturk. En el otro lado estaban quienes reclamaban para la nación una democracia tributaria de los valores occidentes y los luchadores por la dictadura del proletariado, régimen éste que prometía el establecimiento del reino de la libertad.  

Pero más allá de estas siempre interesantes, estimulantes y refrescantes discusiones, los dominicanos que salían de la férrea dictadura del Rafael Leonidas Trujillo querían y quieren una democracia de ciertos perfiles occidentales. Se aprecia la pluralidad de opiniones, la celebración de elecciones, el valor de la voluntad popular, la soberanía que reposa en el pueblo y la construcción de una ciudadanía que sea la principal categoría política de la nación.

La búsqueda de esta democracia ha sido sostenida desde 1961. El golpe de Estado contra el primer Presidente electo por la vía de los  votos no constituyó una fuente de desilusión para abandonar temprano el intento, sino que terminó convertido en una hermosa jornada que procuró,  por la vía de las armas, restablecer sin elecciones la constitucionalidad violada. Este gesto bravío y sangriento fue, paradójicamente, el factor que hizo posible que desde entonces en la República Dominicana no se produjera otro golpe de Estado.

Hasta la fecha la búsqueda democrática no ha dado todos los frutos esperados. La presencia de Joaquín Balaguer en el poder, el hombre de los 31 años de Trujillo; el tutelaje de los Estados Unidos para dirigir la democracia dominicana a su conveniencia y según sus intereses geopolíticos; el carácter estéril de una izquierda estaliniana, la falta de visión de los sectores empresariales y la conversión de los partidos políticos en maquinarias de ascenso social y de enriquecimiento rápido, han sido grandes obstáculos para el desarrollo de la democracia aspirada.

Pero hay otro factor que, en esencia, es la razón de ser de estas notas. Me refiero a la ausencia de verdaderos demócratas. ¿Qué quiero decir con esta afirmación?

La construcción de la democracia dominicana ha descansado en todos estos años en importantes figuras venidas de las entrañas mismas de la Era de Trujillo, en personas que no fueron socializadas en los valores democráticos, sino en una cultura política francamente dictatorial. En personas que lucharon e impugnaron la dictadura de Trujillo pero que militaron en proyectos que reclamaban dictaduras de izquierda. Y en personas que sin vínculos con ambos ejes autoritarios, aprendieron en el hogar, en la escuela, en la iglesia y en las calles a imponer sus puntos de vista, a no tolerar las disidencias, a descalificar a los adversarios y a menospreciar los aportes de personas ajenas a su matriz de pensamiento.

Los resultados de la labor y los mandatos de estos constructores de la democracia es el régimen que tenemos y las instituciones que han brotado del mismo.

Por eso, amigo lector, no debemos sorprendernos de que los bufetes de las cámaras legislativas sean integrados en su totalidad por quienes tienen la mayoría. Tampoco debemos asombrarnos ante la indiferencia con que son recibidas en los círculos de poder, en este y en otros gobiernos, las consideraciones y opiniones que cuestionen, enmienden o simplemente critiquen el pensamiento oficial.

Tampoco debe sonarnos raro que un ministro conteste a una líder empresarial que los empresarios dominicanos son más políticos que los políticos, porque viven opinando de todos los temas. Esta opinión ministerial es  pura esencia de pensamiento único y sugiere la exclusividad o monopolio de los enfoques.

En resumen, el proyecto de democracia dominicana necesita con urgencia de verdaderos demócratas que la construyan, de personas socializadas en los valores propios de la democracia occidental, de personas que crean  a su ideología y a su estilo de vida.

(bavegado@yahoo.com)  

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