La única explicación razonable y verosímil de que el Estado Palestino no hubiese sido proclamado conforme al espíritu de Oslo 1993 radica en la negación al propósito de Estados Unidos.

Todas las tratativas con la finalidad de proclamar el Estado Palestino han resultado fiascos, pérdida de tiempo y burla a la comunidad internacional de Estados Unidos para proteger a su principal pupilo en Oriente Próximo, el Estado de Israel.

El impase para proseguir con un diálogo suspendido en la fragilidad de una cuerda de araña consiste en que el premier israelí Benjamín Netanyahu detenga las edificaciones de colonos israelíes en Cisjordania, frisadas hasta el 23 de septiembre último, pero presionado por su partido Likud, las construcciones en territorio de la Autoridad Nacional Palestina han reiniciado.

El diferendo palestino-israelí no es posible ganarlo por la guerra y no se quiere resolverlo por la paz, porque el lobby israelí norteamericano lo bloquea, porque mientras los palestinos aspiran fundar su Estado en Cisjordania y la Franja de Gaza, los israelíes quieren toda el área en su sueño de concretizar el Gran Israel de un solo Estado, con el respaldo de Estados Unidos.

Si el Estado de Israel padece la paranoia de estar rodeado de enemigos es porque nunca ha asumido la disposición de conquistar ese espacio, y a regañadientes y por vinculaciones con Estados Unidos, solo Jordania y Egipto.

Con un nuevo argumento para obstaculizar la proclamación del Estado Palestino, Netanyahu condiciona acuerdo de paz con Mahmud Abbas, presidente de la Autoridad Nacional Palestina, al reconocimiento del Estado de Israel, pero eso se hizo el 4-09-1986 por el rais desaparecido misteriosamente Yasser Arafat, aceptando la resolución de la ONU 242, y el diferendo a ratos se estanca y el culpable único resulta ser Estados Unidos.

Hoy, en El Cairo, los 22 estados de la Liga Árabe decidirán reconocer al Estado de Israel a cambio de éste regresar a las fronteras antes de la Guerra de los Seis Días de 1967. Nada conseguirán de Israel.