Finalizado el proceso electoral marcado por una larga secuela de situaciones que ponen al desnudo nuestro débil como poco equilibrado sistema institucional, se abre la necesidad urgente de fortalecerlo mediante una serie de reformas que produzcan mayor transparencia e igualdad de oportunidades a todos los participantes.
Además de otros aspectos importantes, como en los sistemas democráticos se establece que gana quien obtiene mayoría de votos, si lo analizamos a partir de la forma como se aplica en nuestro país, todo el mundo sabe que se trata del 50% más uno de los votos válidos, lo que implica otorgarle el poder total del gobierno al que haya logrado esa meta, aunque la diferencia con sus contendores sea mínima.
Analizándolo fríamente, la forma en que se aplica actualmente no parece justa, por cuanto la democracia como sistema político reconoce igualmente las minorías, mucho más cuando no se trate de minorías como tal, sino que la diferencia resulte pequeña de acuerdo a los votos emitidos en las elecciones presidenciales.
Cuando un partido aliado o solo obtiene por ejemplo un 51% de los votos y el contendor igualmente solo o aliado obtiene el 47%, no es justo que no tenga ninguna participación democrática en el gobierno, con una diferencia tan estrecha.
Esto lleva a concebir la utopía de la Democracia Proporcional. Los políticos, legisladores y los que les gusta analizar sobre estos temas, podrían pensar en una posible reforma Constitucional o de Partidos, a fin de que para el futuro, los partidos pudieran tener una representación proporcional en los gobiernos de acuerdo con las votaciones finales, a partir de una determinada cantidad de votos obtenidos; por ejemplo, a partir del 15 o 20%, a fin de evitar mayor proliferación de organizaciones e inducirlos a agruparse, así como tener un determinado tiempo en el ejercicio como partidos reconocidos y cumplir las reglamentaciones establecidas.
Esto ayudaría a elevar el debate, mejorar las propuestas, captar mejores adeptos, capacitar más y mejor a su militancia y dirigencia. Ayudaría a mejorar las competencias y dejar de verse como enemigos. Contribuiría a la convivencia política y armoniosa de toda la nación. Mejoraría la participación democrática, personal y organizacional entre los grupos y líderes, puesto que quienes se enfrenten en las contiendas y sus campañas, tendrían presente que luego podrían o tendrían que compartir el gobierno.
El proyecto de reforma de esta utopía podría establecer que determinadas áreas importantes del gobierno, que incluyan Contraloría, Ejecución Presupuestaria, así como otras dependencias estratégicas, puedan o deban ser ocupadas por los que queden en segundo o tercer lugar.
Esta utopía solo pretende que dentro de unos años los partidos se diferencien en sus propuestas; se obliguen unos a otros a mejorar, profundizar y hasta compartir sus ejecutorias de manera Constitucional obligatoria, no producto de concesiones partidarias, obligando a sus militantes y dirigentes a prepararse.
A crear verdadera conciencia partidaria contra sus detractores, porque por el camino que vamos, los unos se comerán a los otros.