Vale la pena soñar

<STRONG>Vale la pena soñar</STRONG>

 

Soñar no cuesta nada ha dicho alguien, en tanto que Calderón de la Barca escribió: “Que toda la vida es sueño,/ y los sueños, sueños son”. La mente del Homo sapiens es tal vez una de las áreas que por su desarrollo ha permitido distinguirnos como especie aventajada en el mundo animal.

El pensamiento incluye la memoria como sitio de almacenamiento de información codificada a través del sistema nervioso central. Sin adentrarnos en las diferentes acepciones contenidas en el diccionario de la Real Academia Española para definir el vocablo, utilizaré aquella que se refiere al acto de representarse en la fantasía de uno cuando incluye un anhelo, ilusión halagüeña, o desiderátum.

Viajando en reversa hacia el pasado logré trasladarme a un rinconcito del recuerdo donde permanecía intacta una información guardada alrededor de los cuatro años. Este servidor había tenido la dicha de nacer a menos de cien metros del río Pérez en el municipio de Altamira y contaba para ese entonces con un tío paterno que era miembro del Ejército Nacional desde el 1944.

Estando el militar de servicio en Ciudad Trujillo decidió “jugar una lechuza” viajando a Quebrada Honda para cumplir con una cita amorosa. Llegó a casa uniformado, a media mañana, luego me colocó sobre sus hombros con los piecitos a cada lado, sosteniéndome yo con las manos asidas a su gorro de tela kaki.

Mientras el tío Ramón caminaba, desde la altura de su cabeza, contemplaba yo el verdor primaveral, el vuelo y asentamiento de toda una gama de mariposas sobre las flores, lo que aunado al sonido de las cigarras y el canto de las ciguas, carpinteros y pájaros bobos creaban un panorama paradisíaco.

Rumbo a la morada de la Julieta, el Romeo debía cruzar el río conmigo al hombro y a medida que nos acercábamos me pintaba con palabras el rostro de la gran ciudad. Hablaba de calles, carros, camiones, guaguas  y teléfono, ninguno de los cuales mis tiernos ojitos habían vislumbrado por vez primera.

Luego de atravesada la poco caudalosa fuente acuífera, retomó el monólogo y en tono firme y convincente aseveró: Hablaré con tu padre para que permita tu traslado y vivas conmigo en la capital. Allí estudiarás y llegarás a ser una persona letrada.

A partir de ese momento aquella promesa se convirtió en idea fija en la mente infantil del sobrino. Preguntaba a mamá cuándo era que tío Ramón vendría por mi. Quizás al año de ese inolvidable episodio,  un día del niño, 23 de diciembre 1950 y mientras hacíamos los preparativos de Nochebuena, llegó un fatídico telegrama con la nefasta noticia  del deceso del querido tío. Mi sueño, primera ilusión de vida, se esfumó de golpe y porrazo, dejándome vacío y sin esperanzas.

Fue ahí donde surgió oportunamente la voz confiable y alentadora de mi recordada madre, quien profetizó: Irás a la escuela de la zona y luego te harás bachiller.

Después  te llevaré a la Universidad. Allí te graduarás de médico, bajo el solemne compromiso de cargar con toda esta familia, a fin de que tus hermanas y hermanos se eduquen en el pueblo. Es así como un sueño infantil se convirtió en solemne compromiso que felizmente se tornó en realidad. Aún creo que valió la pena soñar.

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